Pasaron años y me dejé estar. Dejé de laburar y me quedé encerrado en casa. Mateo fue creciendo, pero la relación con su madre no mejoraba, aunque se respetaban. En octubre de 2019, empezó la pesadilla: su madre se lo llevó y después vino la pandemia, que terminó por destrozarme mentalmente. Mateo estaba prácticamente secuestrado por su vieja.
Todo arrancó un 3 de marzo de 2020, cuando empezó la pandemia de COVID-19. No podíamos salir mucho tiempo a la calle, solo en horarios específicos para comprar, y después de las 8 de la noche, no se podía salir más. Era todo incertidumbre, la gente tenía miedo y estaba re sugestionada. Ahí comenzó mi encierro y el no querer ver a nadie. Mi única distracción eran los videojuegos por la noche con mi hermana, mi cuñado y el novio de la amiga de mi hermana. Eran noches y trasnoches de las únicas risas que podía tener.
A esto se le sumaba que la madre de mi hijo se había llevado a Mateo y no me lo dejaba ver. Era un conjunto de cosas muy tristes y no me daba cuenta de que estaba cayendo en un pozo depresivo impresionante. Yo era caprichoso y egoísta, tenía un carácter de mierda y vivía discutiendo con mis viejos. No era yo realmente; ese pibe que reía, que salía, que jugaba todos los días al fútbol, estaba desconocido. Me encerraba en mi pieza, no quería levantarme, lloraba todo el día. Estaba realmente muy mal y no lo veía, pero los de afuera sí se daban cuenta. Me querían aconsejar y no les daba bola. Quería hacer las cosas solo, sabiendo que necesitaba ayuda.
Esto desencadenó peleas fuertes con mi hermana, lo que me hacía peor, porque ella quería ayudarme y yo no lo veía. Además, mis amigos se fueron alejando porque realmente no eran amigos, solo traían sus quilombos y yo trataba de solucionárselos, pero me sentía peor. Siempre fui así, ayudando a los demás y sin fijarme en mí.
No ver a mi hijo me estaba destruyendo. Además, su madre hacía quilombo todos los días. Lo único que quería era ver a mi hijo un rato, aunque sea solo un momento. Lo habíamos criado de chiquito con mis viejos, y mi viejo era el más perjudicado en este sentido; estaba hecho pelota y sufría mucho con este tema. Era todo tristeza en mi casa, y no podíamos ver a la gente que realmente queríamos por el tema del COVID.
Pasaba noches enteras sin dormir; el maldito insomnio era mi compañero de noche, y de día dormía todo el día, convirtiéndose en una rutina que me hacía peor. Sin darme cuenta, todo era nuevo para mí: de ser alegre, dejé de salir a la calle, dejé de reír y estaba todo el día triste y encerrado. Así fue toda la maldita pandemia mundial. Los noticieros solo hablaban de miles de contagios y cientos de muertos todos los días, lo que aumentaba mi miedo y angustia, volviéndose todo peor cada día. La única que sabía lo que me estaba pasando era mi hermana, mi sostén para atravesar lo que estaba viviendo, que yo no entendía ni sabía cómo manejar.
Llegó agosto de 2020 cuando finalmente fui feliz. Mateo volvió a casa sin avisarme. Fue una mañana cuando entró con mi viejo y me despertó diciendo: "¡Papá! Hola, papá, te extrañé mucho. Volví a casa y no me quiero ir más. No quiero dejarte más." Nos envolvimos en un abrazo y un llanto terrible los dos.
Me dijo: "Papi, están todas mis cosas en su lugar, mi compu, mis juguetes, todo como lo dejé cuando me fui. Gracias por guardarlo todo, sos el mejor papá del mundo." Esas palabras me llegaron y me hicieron sentir bien por un momento, pero sin saber que ya por dentro el daño estaba hecho. Fueron un conjunto de cosas que despertaron esta maldita enfermedad que se llama ansiedad.
Continuará...
ESTÁS LEYENDO
Sueños Frustrados
RandomEn esta autobiografía, *Sueños Frustrados*,[Toty bernal] lleva al lector a un viaje íntimo a través de sus altibajos, desde un sueño aparentemente alcanzable hasta los abismos de la depresión y la ansiedad. A lo largo de estas páginas, comparte los...