XXIX

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El fin de semana entre Agustín, Matías y Rachel fue bastante entretenido y ocupado. Eran sus últimos dos días en España, o al menos por ahora.

El sábado habían ido a un museo los tres juntos y después habían ido a tomarse un par de cervezas, en donde habían bailado y conversado hasta altas horas de la madrugada, y reído con toda la emoción de comenzar algo nuevo en sus vidas con el final de la película, realmente se sentía como el final de una etapa y el inicio de otra, festejaban y reían por ella, al mismo tiempo que se sentían nostálgicos y sin ganas de irse.

Y el domingo habían amanecido con resaca por lo que se habían despertado algo tarde y pensaban en quedarse en cama toda la noche. Después de unas cuantas horas y muchas otras conversaciones por WhatsApp, decidieron quedarse a ver películas en la habitación de Rachel. Cenaron pizza y comieron muchas papitas. Vieron películas como "The Shining", y por supuesto que vieron "El orfanato" de J.A. Bayona y remataron viendo una película de Chuky para reírse un buen rato.

El lunes se levantaron de la cama alrededor de las cinco de la mañana para prepararse para un vuelo de quince o dieciséis horas. Se dieron un baño con agua caliente para relajar sus cuerpos y trataron de comer algo con rapidez. A las siete de la mañana ya estaban listos con sus ropas más cómodas y con las cosas con las que se mantendrían entretenidos en su equipaje de mano. Los tres tenían sus audífonos, su música lista y estaban preparados mentalmente para comer la comida del avión y ver películas o series en la pequeña pantalla de éste.

El viaje del hotel al aeropuerto más cercano era de alrededor cuarenta minutos, pues seguían estando lo más cerca posible de la montaña.

Rachel y Matías observaron a Agustín bostezar con tanto sueño qué les hizo a ambos sentir sueño de repente con el sólo pensamiento de estar en un avión por tanto tiempo.

—Desearía no tener que trabajar mañana—confesó Agustín sin mirar a sus amigos, que lo miraron de inmediato.

—El problema es que ya tuvimos el fin de semana para descansar—habló Rachel—Como directora no puedo apoyar la idea de descansar el martes.

—Pero como amiga sí puedes—replicó Matías con rapidez, con una sonrisa burlona en sus labios y luego los tres soltaron una risita.

Llegaron al aeropuerto y pasaron cualquier prueba de seguridad y de aduana, con sus identificaciones, boletos y pasaportes en mano en todo momento para poder estar a tiempo en espera de su vuelo.

—Quiero un Starbucks—anunció la mexicana y miró a sus compañeros—¿Quieren uno?

—Yo quiero uno que sea dulce, por favor.—dijo Agustín sentándose en una de las bancas con las maletas de su amiga en el banco del costado y con Matías sentado del otro lado con las suyas.

—Yo te acompaño.—se puso de pie Matías—Yo también quiero uno.

Después de media hora los tres se encontraban sentados juntos en una de las bancas, con sus maletas frente a ellos mientras sorbian de los popotes de sus cafés, sin hablar. Miraban hacia el frente mientras estaban concentrados en el sabor de sus cafés y en lo que decían los altavoces del aeropuerto, esperando por el anuncio de su vuelo.

El viaje era largo, tan largo qué solamente de pensar las horas que duraba, les daba sueño. Dieciséis horas iban a pasar en el avión hasta poder llegar a Montevideo.

Después de seis horas en las que miraron películas, escucharon música, comieron y cenaron en el avión, lo único que les quedaba hacer era dormir por las diez horas restantes, y así lo hicieron.

Aunque no lo pareciera, de alguna forma, viajar en un avión era cansado para el cuerpo y más cuando eran vuelos tan largos.

Rachel se levantó una cuarenta minutos antes de aterrizar, fue al baño a hacer pipí y después se lavo la cara y los dientes, sabiendo que dentro de poco vería al pelinegro qué tanto extrañaba abrazar.

Suspiró y regreso a su asiento, guardando todas sus pertenencias en una tote bag qué utilizaba de bolso para los viajes, además de claro, su real bolso de mano.

Aterrizaron con prisa, o al menos eso pareció y después de encontrar la salida, atravesar todo el aeropuerto y recuperar sus maletas, pudieron pasar a la verdadera salida "general" de éste, en donde pudieron ver desde lejos al pelinegro con hoyuelos qué se encontraba cruzado de brazos mientras veía las pantallas qué anunciaban los vuelos y sus horas, totalmente concentrado.

—Ahí está—dijo Agustín y los tres sonrieron al verlo.

Unos cuantos pasos después, Enzo volteó la cabeza y pudo verlos, sonriendo con genuina felicidad al mirar a sus amigos y claro, a la castaña en la qué no podía dejar de pensar.

—No los había visto—dijo caminando hacia ellos, estiró los brazos y rodeó a la mexicana con fuerza mientras hundía su rostro en su cuello—Te extrañé tanto, Rach.

—Yo también, Vogrincic—replicó sonriente—Me alegra que por fin pueda abrazarte.

Matías carraspeó con fuerza mientras miraba los alrededores del aeropuerto.

—No quiero interrumpirlos, amigos.—sonrió—Pero necesito descansar en una cama por unos minutos, siento que me voy a caer de sueño.

—Estoy de acuerdo con Matí—habló Agus y se acercó a Enzo, para abrazarlo y palmearle la espalda—Pero te extrañé, amigo.

—Yo también los he extrañado, a todos.

Se subieron al auto y llegaron al hotel en el que se quedaría todo el cast para las tomas restantes. Por supuesto que Rachel tenía una habitación reservada ahí.

Agustín y Matías se adelantaron, bajándose del auto y entraron al hotel, totalmente desesperados por tener unos minutos más de sueño en un lugar más cómodo.

—Quédate—dijo Rachel de repente, mirándolo. En el rostro de Enzo se dibujo una sonrisa—Duerme conmigo un poquito más, Enzo.

El pelinegro se acercó a ella, como si lo estuviera pensando y luego alzó levemente los labios. Rachel sonrió y le dio un corto beso en éstos.

—Me convenciste, me quedo.

La castaña rio y asintió. Sentía los párpados pesados y creía que iba a quedarse dormida donde fuera, aunque realmente, los tres habían dormido demasiado tiempo en el avión.

Subieron a la habitación, con Enzo cargando la maleta de la castaña y luego, éste se dio cuenta que Rachel no bromeaba cuando le dijo que se quedara a dormir con ella, pues apenas había tocado la almohada y había dejado de estar consciente de lo que pasaba a su alrededor, totalmente dormida.

Aquello le había parecido tierno al pelinegro, que se acostó a su lado y le acarició el cabello un buen rato, encendió el televisor y se quedó mirándolo hasta que fuera la hora de despertarla y llevarla al trabajo.

Pero en ese momento, se sentía bien estar junto a ella aunque ésta estuviera durmiendo, se sentía como si aquel vacío dentro de él se hubiera esfumado y ahora solo se encontraba en el punto más alto de la paz qué le era posible concebir. 

Se acercó y depositó un pequeño beso en su frente, para luego acomodarse en la cama y tomar su celular, en lo que la hora llegaba.

Rachel RodríguezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora