Quinta carta

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~Arsinoe~

El silencio abundaba en los oscuros pasillos del palacio. El crepitar de las velas de los candelabros es lo único apenas audible entre la soledad.

El salón del trono tenía enormes ventanales por los cuáles se colaba la luz de la luna. 6 pilares de mármol se extendían en los laterales y cada uno de ellos tenía banderines con el escudo de la familia Sclythe: una luna menguante; cuyo significado es el fin de una era y el inicio de otra. Con un murciélago en medio representando a los vampiros.

Debajo hay una rosa que nace de una corona; símbolo del florecimiento de la familia real.

Debajo hay una rosa que nace de una corona; símbolo del florecimiento de la familia real

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El trono, hecho de oro negro. Se levanta sobre una superficie más alta que el resto del salón. Dandole más vista y subiendo 5 escalones para llegar a el.

Mi padre me observa sentado ahí, hacia abajo, despreciandome. Jamás había visto nada más que frialdad en sus ojos. Siempre me veía de esa manera; como si fuera solo una herramienta.

—Supe que perdiste a dos hombres —Su voz áspera.

—Novatos, que se confiaron demasiado.

—Solo eran simples humanos —se pone de pie—. ¿Cómo pudiste perderlos?

—Aunque así sea. No deben subestimarlos —respondo mirándolo fijamente.

—Tu ejército se ha vuelto débil. Debes adiestrarlos mejor. Es una deshonra ser derrotado por criaturas inferiores como ellos.

—Eso dices, pero atacas sus aldeas basándote en rumores. Te sientes amenazado por ellos.

—No permitiré que me denigres de esa manera, Arsinoe. Caius entrenará a tu ejército.

—No —respondo apenas termina la frase—. Alguien como él no dispondrá de mis hombres.

—Él es bueno en lo que hace también.

—Y aún así fue a mí a quien enviaste.

—La misión requería sigilo.

—No es verdad. Sabes que se necesita más que fuerza bruta para ganar una guerra.

—No requiero de tanto esfuerzo para aplastar a esas miserables cucarachas.

—Subestimarlos traerá consigo tu perdición —Sonrío—. Los humanos se fortalecen y lo sabes. O de lo contrario no estarías atacando aldeas pequeñas. Te sientes amenazado por ellos.

—¡SUFICIENTE! —Las flamas de las velas de los candelabros se apagan, sumergiendo el salón en oscuridad. Sus ojos carmesíes destacan entre las sombras. Agarra una espada colgada en una de las paredes y mi cuerpo tiembla.

—Dejé pasar la insolencia de la otra mañana, porque Stephan me lo pidió —Se aproxima intimidante, imponente—. Pero no olvides cuál es tu lugar. Solo eres una herramienta.

Entre cartas de sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora