Décima Segunda carta

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~Mathew

Cuando era niño, siempre fuí muy enfermizo. La más mínima espora de polen me causaba terribles alergias, la picadura de una hormiga me generaba horribles ronchas. No podía correr porque mi cuerpo se sobrecargaba muy rápido y convulsionaba.

Recuerdo que mi madre lloraba por las noches, cuando creía que yo estaba dormido. Siempre imaginandose la vida difícil que tendría debido a mi débil condición.

En una ocasión, tuve una fuerte fiebre, que no podía bajarse con nada. Mi madre, desesperada, corrió por todo el pueblo en búsqueda de un médico que pudiera ayudarme y aunque lo consiguió, sus métodos fueron inútiles.

Buscaron entonces a otro médico, del pueblo vecino y después del siguiente y del siguiente. Nadie podía aliviar el malestar que me acechaba. Todos pensaban que se trataba de una maldición y que seguramente moriría.

Cuando estuve a punto de darme por vencido, de sucumbir ante la enfermedad, un hombre extraño apareció en el pueblo. Era un viajero, y solo iba de paso. Por lo que pidió alojamiento debido a la tormenta que se aproximaba. Era peligroso viajar por las montañas en esas condiciones, así que decidió refugiarse en nuestro poblado.

Cuando supo de mí, quiso verme. Nadie entendía la razón y aunque mi madre se negó al inicio, terminó sucumbiendo ante la insistencia del extraño viajero.

En casa, yo me encontraba en cama, con un paño de agua fría sobre la frente. Mis labios agrietados y pálidos. Mi cuerpo terriblemente delgado, ya que no tenía ni la fuerza suficiente para comer por mi cuenta, estaba al borde de la muerte.

El viajero me examinó más de cerca, observando mis huesudos brazos y las palmas sudorosas de mis manos. Mi madre se cubre el rostro en un intento por contener las lágrimas. Tener que ver a su amado hijo en estás condiciones es extremadamente duro para cualquier madre.

—Ya entiendo —dice el viajero para sí mismo. De una pequeña bolsa de cuero atada a su cinturón sacó una pluma de hermoso color azul turquesa, que brillaba como si tuviera polvo de estrellas sobre ella. Dibujó algunos símbolos en mis manos, pecho y frente, y entonces recitó un conjuro.

Apenas estaba consciente en ese momento, apenas y podía ver o sentir algo, pero escuchar al viajero era algo que si podía hacer. Las palabras que salían de su boca, de una lengua muy antigua que hasta el día de hoy no puedo descifrar de cual se trataba. Aquellas palabras, eliminaron todo el peso que sentía en mi diminuto cuerpo en ese entonces. Cómo si me apartara un manto oscuro que había llevado conmigo desde que nací y ahora era capaz de ver y sentir el mundo como realmente era.
Una sensación inexplicable de alivio y libertad.

Cuando terminase de recitar su conjuro, tomé una profunda bocanada de aire. Cómo si hubiese salido a la superficie de un terrible mar oscuro.

—¿Mami? —fueron mis primeras palabras luego de recuperar milagrosamente las fuerzas. Mi madre, entre lágrimas, se lanzó para abrazarme. Agradeciendo al viajero.

—Tenía un parásito —dijo él—. Un espíritu que se alimenta de la energía vital de su huésped. Debió infectarlo en algún punto luego de su nacimiento. Es muy raro encontrar casos de parásitos hoy en día. Y más raro aún, que alguien sobreviva tanto.

Aquel hombre se inclina un poco hacia mí para alborotar mi cabello y con una sonrisa se despide de nosotros, no sin antes susurrar un "eres fuerte, niño" a mí oído. Mi madre lo sigue para ofrecerle algo como paga por su ayuda, pero él se niega. Aquella noche fue la primera y última vez que ví a ese misterioso viajero.

Mi vida continuó normal después de aquel acontecimiento. No volví a enfermar de gravedad y gozaba de una buena salud. Jamás había visto a mi madre tan feliz y contenta. No obstante, una idea inundaba los pensamientos de mi mente en lo que duraba el sol, incluso en mis sueños: Quería convertirme en mago también.

Entre cartas de sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora