Décima carta

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~Ezra~

Suelto una fuerte carcajada ante esa frase, las personas cercanas a nosotros voltean a mirarme.

—Parece que bebiste demasiado, muchacho. Vámonos Mathew.

—¡No, no, no, espera! —el joven se pone frente a mí caballo—. Juro que es verdad. Vengo de 30 años en el futuro.

—Si claro, y yo soy un rey. Mira a mi lacayo.—le hago otra seña a Mathew y finalmente sube a su caballo con una mirada molesta por haberle llamado así.

—¡Puedo demostrarlo! —aquella declaración me hace detenerme un poco más.

—Tienes un minuto —el joven de cabello rizado busca entre su bolso de piel, cualquier cosa que pueda probar que sus palabras son ciertas. Pero solo hay múltiples pergaminos, un cuaderno de notas y pluma y tinta. Nada interesante realmente.

—Se acabó el tiempo, lo siento. —tenso suavemente las riendas para que el caballo comience a avanzar de nuevo, pero el chico se interpone por segunda vez.

—¡Oye! Si haces eso de nuevo, voy a pasarte por encima.

—Espere por favor. Ya sé como puedo mostrarle, pero no aquí. Hay demasiada gente.

—¿Estás bromeando? ¿Piensas que voy a seguirte?

—Eso es lo que espero. Quería que le demostrara que mis palabras son auténticas, ¿No? Puedo hacerlo, pero mi condición es que me acompañe a un lugar donde podamos estar solos—. Su mirada es seria, parece que no bromea.

Miro a Matthew, luce muy interesado y pone aquella mirada de cachorrito para que yo acepte. Suelto un pesado suspiro.

—Bien. —cedo—. Salgamos de la ciudad primero.

Matthew le extiende una mano a Joel para que se suba a su caballo. Una vez está listo nos movemos hasta poder llegar al bosque en los límites de la ciudad. Buscamos un lugar lo suficientemente apartado y cuando lo encontramos nos detenemos.

—Aquí está bien —Joel baja del caballo y camina un poco frente a nosotros. Busca una rama para trazar un círculo en el suelo, con símbolos y múltiples líneas. Al hacerlo, coloca en medio un peculiar reloj de arena y arranca una flor para luego quitarle sus pétalos y esparcirlos alrededor del reloj.

Se aparta un momento y saca un grimorio de su mochila y busca entre sus hojas el hechizo a recitar. Mientras conjura su hechizo, el círculo mágico se ilumina de una tonalidad púrpura que poco a poco se hace más intenso.

Una corriente de aire envuelve los elementos dentro del círculo. Los pétalos de la flor vuelven a unirse a ésta dejándola como nueva y la arena del reloj que caía, se detiene y vuelve a subir.

—¿Es un chiste? —presto mayor atención ante esto, tratando de averiguar el truco. Al detenerse, el círculo deja de brillar. La flor yace como recién cortada y la arena vuelve a comenzar a caer.

—Soy un alquimista —dice Joel—. Y un nigromante. Realicé este mismo hechizo pero a una escala más grande. Pero no esperaba que me retrocediera 30 años al pasado.

—Esto es increíble... —Mathew baja de su caballo y se acerca para después tomar la flor—. Mira esto Ezra, está intacta. Cómo si sus pétalos nunca hubieran sido arrancados.

Me acerca la flor y la examino, tiene razón.

—Un nigromante dices... —agrego—. ¿Cómo es que estás vivo? Todos los nigromantes fueron asesinados por su macabro uso de las artes oscuras.

—De dónde vengo, habemos muchos —vuelve a guardar sus artefactos—. Pero me temo que no puedo decir más al respecto, para evitar daños a la línea temporal. Lo que si puedo comentarle es que la magia se ha vuelto más poderosa. Por favor, permítame viajar a su lado. Le seré de mucha utilidad my Lord.

Entre cartas de sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora