Novena carta

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~Arsinoe~

Me detuve en medio del bosque, luego de haber huido de manera tan cobarde.

-¿Por qué? -Golpeo el suelo y mis ojos se inundan de lágrimas, entorpeciendo mi vista. Mis emociones se desbordan. Justo ahora siento ira, tristeza, incluso impotencia, todo al mismo tiempo.

Las sombras se reúnen a mi alrededor oscureciendo la zona, los animales huyen y las aves abandonan los árboles lo más rápido que pueden.

-No, ¡No! -inhalo profundo repetidamente para tranquilizarme y las sombras se disipan, permitiendome ver el crepúsculo en el cielo.

Observo a mi alrededor, no sé dónde me encuentro. Simplemente huí de casa sin tener un plan o una ruta que seguir. Solo sé que estoy muy lejos.

Me pongo de pie y camino un poco, millas y millas de bosque se extienden hasta donde mis ojos me permiten ver. Parece que estoy en medio de la nada.

Encuentro un antiguo árbol milenario, cuyas raíces sobresalen de la tierra y su tronco yace algo hueco. Me acerco a el, había leído que los árboles son sabios habitantes de la tierra, entre más viejo más conocimientos posee.

Uní mi frente a su frondoso tronco y solicité su permiso para refugiarme en su interior.

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Una ligera brisa hizo que una hoja cayera sobre mi cabeza. Supongo que puedo tomar eso como un si. Gatee un poco para introducirme y me quedé allí, dentro del tronco hueco del árbol.

Sentada y abrazando mis piernas, tenía la mirada perdida y mi mente divagaba: En lo que había sucedido, lo que había hecho y lo que haría ahora. Por primera vez en mi vida, me sentía realmente perdida, confundida, no sabía qué hacer.

Miré mis manos, quizá este era mi castigo, la forma en que el universo me dice que ya ha sido suficiente y ahora debo acatar las consecuencias de todos mis actos. Tal vez así sea, ya he lastimado lo suficiente. Si me quedo aquí no podré herir a nadie. No volveré a matar a nadie. Solo debería quedarme aquí y morir.

Sin darme cuenta, me quedé dormida, no sentía las noches frías ni el calor de los días siguientes. Mi cuerpo lentamente se debilitaba pero yo me rehusaba a salir del agujero en el que me encontraba. Me había convencido de que esperaría a mi muerte.

Sin una gota de sangre, comida o agua, solo miraba los días de la semana pasar. Mi mente, que hasta entonces había permanecido en blanco recordó lo que Mika me había dicho momentos antes de su fallecimiento.

Mis ojos se volvieron a llenar de lágrimas ante su recuerdo, pero además de tristeza me sentía avergonzada. Después de todo, solo estaba en este hoyo esperando a morir.

Si me viera en este estado tan deplorable ¿Cómo reaccionaría? ¿Se enojaría? O quizá... ¿Se entristeceria?

Cómo fuere, ella no iba a sonreír. Esbocé una sonrisa con ironía, a pesar de ya no estar, Mika es quien siempre me brinda voluntad.

Apoyé las manos en el suelo para levantarme y finalmente salir del agujero. Entre cerré los ojos ante la resolana e intenté tragar. Mi garganta seca.

Algunos animales como conejos y ciervos están en la zona, parece que ya se han acostumbrado a mi presencia. Sin embargo, estoy muy débil como para cazar. Necesito encontrar alimento en otra parte.

Caminé sin un rumbo aparente, pero conforme avanzaba detecté que la vegetación se volvía mas verde y la tierra más húmeda. Hay un río cerca.

Seguí el rastro hasta que pude oír el siseo de su cauce. Arrodillandome en la orilla, introduje mis manos y bebí. El agua fresca recorriendo mi garganta me revitaliza. Bebo hasta que mi reseca existencia dice que es suficiente. Me lavo la cara y miro mi reflejo en la superficie del agua. Pero que patética imagen, debería avergonzarme. Y si, lo estoy.

Entre cartas de sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora