Séptima carta

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~Xandra~

Los humanos son tan frágiles. Al ejercer un poco de presión, se rompen cual mondadientes.
Por lo que matarlos nunca supuso un problema, mi padre estaba orgulloso de mí, hasta que ella llegó.

Cuando Stephan y Arsinoe nacieron eran lindos, y pequeños, diminutos. De saber que ella se volvería un problema, la habría asesinado y fingido que había sido un accidente.

Los gemelos eran demasiado energéticos, corriendo de aquí a allá como si tuvieran miles de cienpiés en sus cuerpecitos. Para entonces solo eran fastidiosas sus travesuras, hasta que Arsinoe manifestó su poder en la primera luna de sangre.

Entonces nuestro padre se interesó más en ella, dejándonos a Caius y a mí en segundo plano. Entrenándola y torturándola él mismo, con la intención de volverla su semejante.

Sin embargo, su plan fracasó luego de que Arsinoe demostrara "curiosidad" por los humanos. Luego de matarlos los examinaba con la intención de saber de qué modo funcionaban y en qué se diferenciaban de nosotros.

Ella, que no solía sonreír comenzó a hacerlo y a imitar sus costumbres. Todo es debido a su dama de compañía, Mikaela. Quien estuvo con ella desde siempre. Una maldita sangre impura.

Fue Mika quien le enseñó esas estupideces como la compasión y le metió ideas absurdas a la cabeza.

Pero qué nuestro padre la considere más apta que nosotros es un insulto. Alguien como ella no me sobrepasará. No es más que una falla. Una mancha en la familia Sclythe.

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Camino por los oscuros pasillos del castillo, la llovizna ha comenzado a caer cuando me percato de una sombra deslizándose hacia el bosque.

—¿Arsinoe? —la veo marcharse y esbozo una ligera sonrisa, me dirijo a su habitación con la intención de encontrar aquello que estoy buscando.

Abro lentamente la puerta y veo a Mikaela de pie en el balcón.

—Es extraño verte sola —digo con apatía. Al oírme rápidamente se vuelve hacia mi.

—Señorita Xandra. No la escuché venir —inclina un poco su cabeza en reverencia y me dan ganas de golpearla. Sin embargo, controlo mis impulsos.

—¿Arsi no está? —finjo interés.

—L-la señorita Arsinoe, salió a comprobar algo —puedo escuchar como traga saliva con nerviosismo. Algo oculta—. ¿Necesita algo de ella?

—No realmente, pero si te necesito a ti —la señalo y se pone algo tensa—. Sígueme Mikaela.

Salgo de la habitación y ella dirige una última mirada a la ventana antes de salir también para seguirme.

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La conduzco hasta el gran salón. De paredes oscuras y grandes ventanales. En el techo hay un tragaluz que permite a la luz de la luna adornar el suelo con un diseño similar a un mandala.

Los candelabros con solo algunas de sus velas encendidas, limitando la iluminación.

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Entre cartas de sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora