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Narra Jake

Un viaje largo había sido un sinónimo de aburrimiento en mi caso. De vez en cuando recibía miradas confusas de Isabella por el retrovisor.

Mi cara, que obviamente estaba roja, se limitaba a mirar la gran carretera que nos acogía.

Alex, muy gustoso por la situación, se reía de mí a cada momento. ¿Por qué? Te preguntarás.

Pues en mi caso, nunca había estado tímido o simplemente nervioso de alguna chica, en cambio Alex, había enamorado a medio instituto.

Aunque él dijese que no.

—Jake, estás tenso.—murmuró Alex.

—No me digas, troglodita.—me queje.

Ni yo mismo podía ocultar lo nervioso que estaba. Al llegar a Roma me pondría peor, pues yo mismo sabía lo que pasaría.

La carretera fluyó y con ella nosotros. La llegada a Roma fue de noche. El tiempo nos había robado un día de paradas en algunas cafeterías.

Isabella y Elena, ya iban más que tiesas, pues ambas dormidas roncaban.

Alex, con gran manejo, aparco en un sitio de caravanas y las grandes familias de viaje recibió a cuatro jóvenes que aún no eran mayores de edad.

—Será mejor dejarlas dormir.—sugerí

Despertar a Elena o incluso a Isabella sería un infierno al cual aún no quería llegar.

Alex y yo las acomodamos en las literas y nos dormimos como ellas.

El amanecer en solitario era algo increíble. El silencio que se podía notar transmitía una tranquilidad que necesitaba.

Hoy era el día. El día en el que me declararía a la chica que se robaba mi atención.

Elena y Alex, salieron por patas de la caravana nada más el amanecer. Siguiendo el plan.

Tenía pensado llevar a Isabella al gran mirador de Roma. Solo que este estaba un poco oculto.

—Ya nos vamos Jake Jake.—informo Alex desde mi espalda.

—¡Que todo fluya!—grito la pesada de mi hermana.

Me gire para ver que seguían su camino. Según el plan ellos se quedarían en un departamento está noche.

Ahora podían aparearse sin problemas.

Ese pensamiento se hizo justo.

Me levanté de la roca en la que me había sentado y camine a la caravana cuando vi que los niños que compartían espacio conmigo empezaban a salir.

Isabella aún seguía dormida y no me extrañaba.

En la mini cocina que había en la caravana intenté prepárame un café y acabé despertando al mismísimo infierno.

—Joder, ¿porque haces tanto ruido?—se quejo Isabella.

La mire molesto por sus palabras, pero al mirar su rostro relajado de nuevo me entró un sentimiento.

Amor.

Había pasado diecisiete años sin sentir eso. Una emoción que gritaba el nombre de la joven que dormía.

—Vamos, arriba.—dije con un animo que de la nada salió.

Isabella, a regañadientes, salió de la litera.

—¿Donde está Lena y Alex?—murmuro con la voz somnolienta.

—Se han ido.—dije sin pensar.

Isabella me examinó con la mirada y muy descaradamente fue bajando por mi cuerpo.

Yo la imité, mire su cuerpo y su pijama ajustado. Tragué saliva, dando fuego a mi erección.

¿Por qué era tan difícil?

Me aclaré la garganta y me di la vuelta, colocando sigilosamente aquella erección que crecía.

—Vamos a ir al centro. ¿Te apetece ir a un mirador que conozco?—pregunté con nerviosismo.

Isabella asintió y salió para poder subirse al asiento de copiloto.

La imité y me subí al piloto.

La parada en Roma asombro a Isabella, yo ya había estado ya hace unos años pero ver la emoción de Isabella me emociono a mí.

—Bien, vamos.—le dije saliendo de la caravana que ya estaba aparcada.

Isabella me siguió sin protestar cosa que agradecí. Arquilamos un coche y con el conducí hasta el mirador.

Había estado aquí antes, cuando mi abuela decidió venir aquí a mis diez años, no perdía el tiempo en socializar sino en buscar, buscaba un lugar acogedor y mío.

Pocos conocían este lugar. Pero era mágico. Para mí lo era, y esperaba que para Isabella también.

—No es por acabar con este silencio cómodo pero te noto nervioso.—comento Isabella tras encontrar la piedra adecuada.

—Joder, es que lo estoy.—confirmo nervioso y más aún sabiendo que me había pillado.

—¿Y porque estás así?—pregunto dándole al clavo.

Era mi hora, mi momento de declararme.

—Okay, aquí voy.—murmure más para mí mismo que para ella.—Isabella Johnson, te conocí hace exactamente más de un mes y en ese mes me perdí, me perdí en tus ojos, tus labios, tus miradas...En todo.

Isabella me miraba espectacte, es hermosa. Más cuando la luz de las estrellas la iluminaba.

—Por eso, estoy aquí. Mirando la capital al lado de la chica que se ha robado mi corazón. Se que me equivocado en algunas cosas y que lo haré en un futuro...Joder, parezco que te pido matrimonio.—dije, haciéndola reír.

Mi nuevo ruido favorito.

—Un poco si, pero continúa.—me dijo.

—Me has ayudado, me has roto el corazón, pero también lo has reparado. Yo ya estaba roto, Isabella, y tú me haz reparado, me has devuelto algo que perdí hace tiempo. La felicidad.—continuo, y en verdad parece que le pida matrimonio.

»—Por eso, teniendo de testigo las estrellas, te pido que me acompañes en el camino del amor y por favor di que si, porque juro que muero de un infarto.—dije levantándome para respirar.

Acababa de hacerlo. La risa de Isabella volvió a sonar y se levantó para quedar delante de mí.

—Claro que si, bicho raro.—dijo, con esa frase también avisaba de el nuevo mote que me había puesto.

—Joder, Chucky.—dije antes de tomar sus labios en un inocente beso que se transformó en uno lleno de lujuria.

El Brillo Que Vi En Tí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora