Cap. 2: Dipper Pines.

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La noche trae consigo la calma y paz después del ajetreo y actividad que suele verse durante el horario diurno. Desde los tiempos primitivos el hombre ha temido a la noche, ha buscado maneras para conquistarla y hacerle frente, el fuego fue tan solo el primer paso que llevaron a cabo para tal tarea; con la llegada del fuego vino la luz surgida desde las oscuras tinieblas; bajo el amparo de aquella cálida luz, el ser humano tomó el control de la noche. Pero incluso las más oscuras tinieblas esconden secretos que no podrían salir a la luz ni ante la influencia más brillante, cosas que la humanidad no debería tocar y al mismo tiempo debería abstenerse de buscar siquiera; las sombras ocultan más de lo que aparentan en una primera instancia.

Allí en la ciudad de Salem, bajo el amparo nocturno, los negocios y tiendas surgidos mayormente para favorecer el turismo en la ciudad comienzan a cerrar sus puertas. Uno de estos negocios en particular, que consistía en la venta de recuerdos y artículos relacionados mayormente con las supersticiones heréticas de la brujería, era vigilado discretamente por un joven adulto que observaba todo desde un callejón que daba justo al cruzar la calle del local. El sujeto vestía una gabardina gris bajo la cual traía una chaqueta y una camisa junto con unos jeans azules, algo que combinaba muy bien con la peculiar corbata que traía en el cuello. A su espalda traía una pequeña mochila, de la cual sobresalía la punta de un libro de uno de sus bolsillos levemente abiertos; sobre su cabeza traía una gorra algo vieja y descuidada, como si fuera un objeto con años de uso, en su parte frontal tenía el peculiar dibujo de un pino. Su cabello era castaño y corto, pero lo suficientemente largo al mismo tiempo como para escaparse por debajo de su gorra, lo que a su vez denotaba lo descuidado que se encontraba. Su rostro mostraba una seriedad inusual mientras, recostado en una sombría pared de aquel callejón, daba pequeños sorbos de una pequeña petaca de metal de un color plateado; al mismo tiempo fingía leer un periódico mientras su vista no se apartaba de su objetivo.

La tienda aún mantenía sus luces encendidas, pero tras varios minutos en donde los empleados realizaron el inventario, finalmente llegó el momento del cambio de turno. Cuatro vigilantes vinieron para revelar a los empleados tras terminar las labores ordinarias, tras lo cual las luces finalmente se apagaron mientras los guardias se dividieron en secciones por la tienda, que realmente no era muy grande. Pero... Eso era sumamente extraño. ¿Por qué un negocio como ese, y en especial uno tan pequeño, tenía una seguridad tan anormalmente alta? Otros negocios de la zona tenían apenas un guardia a lo mucho, pues la mayoría usaban sistemas de alarma únicamente pues realmente la delincuencia en Salem no era tan alta como para preocuparse con creces de algún robo. Aquel joven, había estado vigilando aquella tienda desde hace unas semanas, sabía que en aquel lugar se escondía algo, debía entrar a la zona inaccesible para el público, por lo que mientras vigilaba creó un detallado plan de infiltración, uno que le tomó algo de tiempo preparar y pulir adecuadamente.

Con las luces del local apagadas y con todo preparado para la ocasión, finalmente aquella era la noche en que actuaría. Guardó su petaca en uno de los bolsillos traseros de su pantalón tras darle un último sorbo a su contenido y arrugó el periódico lanzándolo junto al resto de basura que se acumulaba en aquel oscuro callejón. Cruza la calle evitando las luces de las farolas y rodea el local por la parte trasera, el lugar era como una puerta de carga en la que se entregaba la mercancía, por supuesto aquella puerta se encontraba firmemente cerrada con llave, llave que evidentemente él no tenía, pero no era nada que no podía arreglar con las herramientas adecuadas. De uno de los bolsillos de su gabardina sacó una especie de slime negro, uno que curiosamente no lucía pegajoso y podía manejar con relativa facilidad solamente con sus manos; moldeó el slime otorgándole una forma de cilindro estrecho, tras lo cual lo empujó a través de la cerradura y esperó unos treinta segundos antes de extraerlo nuevamente y de manera rápida para no dejar restos de aquel slime impregnados en la cerradura. El material se había amoldado a los peldaños de la cerradura perfectamente, parecía una especie de llave negra, sin embargo la suavidad del material no permitiría que aquel molde tan detallado pudiera ser usado para abrir la puerta... Algo, que por supuesto él tenía en cuenta, pero traía consigo una solución inmediata, con un mechero se dispuso a propiciarle calor directamente de una tenue llama, solo bastaron unos pocos minutos para que el negro slime se endureciera y solidificara tanto como el propio acero; ahora podía usarlo sin ningún problema como una llave, lo cual no tardó en realizar abriendo aquella puerta con cuidado y adentrándose en completo silencio en aquel lugar.

Unidos en el UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora