1

779 36 1
                                    

AMOS.

un mes después

El aire de afuera se sentía diferente, casi puro, incluso el Sol se sentía más brillante a comparación del que caía sobre el patio de esa cárcel en la que estuve atrapado por ocho años completos. Cometí errores en el pasado al ser demasiado arrogante y aunque hice todo lo que estaba en mi poder para reducir mi condena, igual fuí encarcelado ocho años por distribución de armas y drogas.

Lo que se presentó en el tribunal apenas fue la punta del iceberg de toda la oscuridad que oculta la distinguida familia Vitali detrás. Éramos poderosos, dominamos Nueva York y mi padre tenía el poder suficiente para mantenerme alejado de las rejas, pero el bastardo me odiaba y darse un respiro de mí por un tiempo fue razón suficiente para no mover un dedo por mí.

El bastardo realmente creyó que podría conmigo.

Caminé fuera de la cárcel con la misma ropa con la que entre, una camisa y un par de pantalones de mezclilla. De mi boca colgaba un cigarrillo a medio terminar y bajo mi brazo sustuve un grueso paquete con el resto de mis pertenencias.

O la menos las únicas que importaban. Las fotografías.

Fuera, me esperaba un Maserati negro que reconoci de inmediato. Gavriel le tenía un gran cariño a esa cosa vieja y lo llevaba a todas partes aunque ni siquiera podía conducirlo. Mi hermano menor estaba arrecostado contra en auto, con gafas de sol y una sonrisa enorme. Él no solía visitarme a menudo, decía que el olor a cárcel le daba arcadas y prefería mantenerse lo más lejos posible, así que llevaba un años sin verlo. No había cambiado mucho. Su cabello seguía largo sobre la espalda y se vestía como un adolescente sin gusto alguno: camisetas estampadas, jeans rotos y botas viejas. Ponle una chaqueta de cuero y obtendrás un motociclista de primera clase.

Al su lado, estaba una chica tan hermosa como una muñeca y aunque ambos eran mellizos, lo único que tenían en común era el color de cabello.

Eneva me vió y corrió hacía mi con sus altas plataformas doradas aún más resplancedientes por el Sol y saltó sobre mí dándome un fuerte abrazo. Su perfume olor a canela y menta era tan fuerte que me hizo arder los ojos, pero la abracé con cariño.

— Hola, principessa.

—Hola, Diavolo — Ella se apartó y me miró de arriba abajo, evaluandome — Te ves como una mierda. Incluso ganaste otra cicatriz.

— Las cicatrices hacen a los hombres — aparté sus uñas doradas de la cicatriz que tenía por encima de la ceja, esa que pasaba por una que ya tenía por encima de la frente — Tu no has cambiado nada.

—  Por supuesto que no, me viste hace unos tres meses.

—No lo olvido. Tuve que romperle la cara a algunas guardias luego de escuchar sus inapropiadas opiniones sobre tí.

Ella sonrió como si no fuera nada. Estaba acostumbrada a recibir atención.

Miré a Gavriel —  Hola a tí también, poco. ¿No le darás un abrazo a tu querido hermano mayor?

— No soy pequeño — se quejó, aunque me dió una palmada en la espalda. Su mayor acto de afecto.

— Es cierto. No eres pequeño para nada.

Gravriel flexionó todos sus músculos por inercia.Era exageradamente musculoso gracias a toda la testosterona que consumia, y sus brazos estaban aún más cubiertos de tatuajes que los míos. Era físicamente aterrador, pero para mí no era más que un perro loco al que se debía atar de vez en cuando.

—¿Cómo siguen esas costillas? — levanté su camiseta revelando un abdomen repleto de músculos así como de coloridos tatuajes, cicatrices de bala, cuchillos y marcas de hierro caliente. Todas cortesía de nuestro tierno padre y encantador padre. Pero ignorando eso, no había moretones o vendaje. Las heridas que me descubrió Vito sanaron muy rápido. Nadie imaginaria que es tonto musculoso en su infancia podía enfermarse por una simple brisa fría.

IMPERIO DE CADENAS [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora