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Dejen aquí su ¡Ya llegué! Nunca dejen de comentar porque amo leer sus comentarios.

Arabella.

Amos no me dejó llamar a Matt una segunda vez. Se lo pregunté luego de tener una maravillosa y muy sudorosa ronda de sexo, lo abrace y besé entonces pregunté si podía prestarme el teléfono para llamar a mi hermano. Su buen humor cayó y se negó de inmediato, alegando que una vez había sido suficiente.

Le rogué varias veces, intenté persuadirlo,  pero su negativa fue firme. Me entristeció, pero por sobre todo me enojo, aunque apreté los dientes y no dije nada más.

Maldito hombre. Tanto decía amarme pero no confiaba en mí y me negaba algo tan sencillo sin temblar.

Tuve que decir que lo comprendía, aunque en realidad quería levantarme y gritarle a todo pulmón que tenía derecho a llamar a mi hermano. Pasaron tres días en lo que él no fue a ninguna parte, y tuve que tragarme mi enojo. Y aunque actúe lo más normal posible, mi mente giraba como un engranaje mientras buscaba la oportunidad de ir a la oficina de Amos y robar uno de sus teléfonos, ni siquiera tenía la certeza de que seguian guardados allí, pero tenía que hacer el intento.

Extrañaba demasiado a Matt. Habían pasado un poco más de dos semanas desde mi secuestro, y aunque me había acostumbrado a levantarme siendo abrazada y besada por Amos, aunque la comida era la mejor y mis joyas y ropa las más hermosas, aunque cada día caía en una costumbre, seguía extrañando a Matt, mi hermano, mi alma gemela. Tenía tanto que decirle, tantas ganas de estrecharlo en mis brazos hasta dejarlo sin aire.

Por primera vez desde mi encierro me sentí deprimida como nunca, con un hueco enorme en mi corazón.

Amos no lo comprendía, pero Matt era la persona más importante de mi vida, incluso por encima de él.

No permitiría que me lo quitara así de fácil.

Amos estaba tocando el piano mientras yo tarareaba siguiendo el sonido dulce y melancólico de cada nota. En ese castillo y con esa preciosa pieza me sentí como una verdadera princesa.

Acaricié las ojeras de Koroshy con suavidad. Acababa de comer un gran tazón de croquetas y su barriga estaba aún más abultada de lo normal, lo tomé y lo puse boca arriba sobre mi abdomen, acariciando su barriga para ayudarlo con la digestión. El sonido del piano le funcionó como una canción de cuna y se puso a roncar suavemente con las patitas delanteras al aire.

Tal lindo. Cada vez que lo veía se me derretía el corazón.

La música paró y voltee a ver al diablo.

– ¿Qué te pareció?

– Muy hermoso. ¿Quién te enseñó a tocar?

– Escuela. Clases de música. Aprendí lo básico, en casa hay un piano así que tocaba de  vez en cuando. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo.

– Para saber sólo lo básico, está bien.

– ¿Sólo bien? Soy mejor que muchos profesionales. Si hubiese elegido ser músico los habría destronado a todos.

Puse los ojos en blanco y esperé que no me viera – Tu arrogancia no tiene límites.

– Amas mi arrogancia.

– Cuando no te hace sonar como un idiota.

Se levantó, cerró la tapa del piano y subió mis piernas para hacerse espacio en el sofá. Puso mis pies sobre mi regazo y jugó con lazos de seda que adoraban mis tacones.

– ¿Estoy siendo un idiota? – me miró con las cejas arqueadas – ¿Sigues enojada conmigo?

– Solo es un comentario casual, Amos. No te lo tomes en serio.

IMPERIO DE CADENAS [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora