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Arabella.

Lo primero que registraron mis ojos fue un par de zapatos negros de tacón.

¿Dónde estaba? Me moví, pero de inmediato me arrepentí cuando mi cabeza dolió demasiado. Poco a poco comencé a ser consciente de mi propio entorno y a sentir casa músculo o espasmo que producía mi cuerpo. No había cadenas ni esposas, sólo estaba acurrucada sobre el fino colchón.

Levanté la vista y entonces me fijé en la dueña de esos tacones.

— Leta — murmuré. Estaba débil y me pregunté si volví a enfermar porque mi cuerpo se sentía demasiado frío. Su presencia me sorprendió un poco ya que nunca la imaginé metida en un lugar así, pero estando yo allí, tenía todo el sentido del mundo.

Pensé entonces todos los recuerdos. Apenas eran una parte de los que había perdido, pero había sido suficiente. Amos no me había mentido y el antiguo vinculo entre nosotros jamás fue verdad. Mientras los recordaba, me sentí feliz como si hubiese recuperado algo que no sabía que había perdido. Había pasado años sin recordar nada, sin sentir la emoción y la añoranza de ese tiempo. Entendí mejor la obsesión de Amos por conservar esos recuerdos lo más inocentes y valiosos posible. Yo los había olvidado, fuera de mi mente, fuera de mi corazón, pero él los había llevado consigo por años, recordandome.

Recordándonos.

— Al fin despiertas — dijo mi madrastra con desdén — Me has hecho esperar un buen rato.

No había nadie en la habitación a parte de nosotras y maldije internamente. ¿Eso había sido todo? ¿Dos dosis y listo? ¿Cuál era el objetivo de esa droga? Si era dejarme hecha mierda entonces lo hizo bien.

Aunque no me importaba en realidad. Demasiadas preguntas sólo me daban más dolor de cabeza.

— Ey, levanta la mirada — ordenó Leta.

Cerré los ojos y suspiré. Prefería mil veces seguir drogada o despertar para ver a Misa que a ella. Sabía que las dos en una habitación no traería nada bueno.

— ¿Mi hermano?

Se cruzó de brazos. Se veía perfecta como siempre: traje bien planchado, camisa blanca como la nieve, el pelo perfecto maquillaje en orden. Tal perfección lucía extraña en ese lugar repugnante pero seguro se sintió como una diosa al verme hecha un desastre a sus pies.

— Para mí desgracia, sigue vivo.

Me relajé. Mientras Matt siguiera vivo la llama que me mantenía en pie seguiría intacta. Quise cerrar los ojos y echarme a dormir por el resto del día, pero definitivamente Leta no lo permitiría.

— Te ves como siempre he querido verte — se burló — lo único alegre de ésta situación.

— ¿A eso viniste hasta aquí? ¿A burlarte? Bien, te escuchare, quizá seas capaz de inventar algún insulto nuevo, pero cuando termines, le dices a Misa que entre y me de una pastilla para el dolor de cabeza antes de que mi cabeza explote.

—¿Cómo me estás hablando?

— Como siempre debí, hacerlo, Leta. ¿Eso te molesta? Pues que mal, porque no planea seguir aguantando más tus berrinches.

Después de todo lo que había pasado, había perdido el miedo a muchas cosas y entre ellas estaba mi madrastra. Sus palabras antes como puñaladas se convirtieron en nada.

— Palabras audaces para alguien en tal estado. Sabes que una palabra mía y estarás peor.

— Una palabra tuya, por favor — para mí sorpresa, logré reírme sin que doliera — Jodete, Leta, te crees la puta reina del mundo, pero no eres nada. ¿Qué harás? ¿Un berrinche? ¿Correrás donde papá y le dirás que te hable mal y que me castigue? En el pasado te hubiese funcionado pero aquí no, o es que no sabes. Papá no tiene ningún poder real. El rey aquí es Dominic y tú no eres nada.

IMPERIO DE CADENAS [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora