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Arabella

Yeugeny me sacó de la habitación y en el breve recorrido aprecié un poco más el lugar. Por dentro era todo muy simple tanto como afuera, la decoración de las paredes era casi inexistente y tanto las mesas como los muebles eran de todos grises y negros. Si no fuera por los árboles que se veían através de las ventanas abiertas, hubiese pensado que me habían trasladado a una cárcel real mientras dormía. La mayoría de las puertas estaban cerradas, miré hacia la única escalera que había en esa planta y me pregunté donde habían puesto a Matt. El edificio estaba formado por al menos veinte pisos y si me ponía realista seguro lo habían puesto lo más lejos de mí.

Nos metimos a un elevador y bajamos hasta la primera planta. Afuera el fuerte sol de inmediato me dió a la cara y me hizo arder los ojos. Con dificultad, los frote y miré a mi alrededor con mayor claridad. Había algunas mujeres al rededor, pero la mayoría de los trabajadores no estaban. Era temprano y si ellos trabajaban excavando la mina como pensé, entonces ya estaban en sus trabajos.

—¿A qué distancia está la mina? — le pregunté a Yeugeny.

—Veinte minutos desde aquí — me señaló un camino de árboles que se abría justo en la misma dirección en la que estaba el volcán.

Me llevó hasta el patio trasero y sentí un escalofrío al ver que el poste donde me habían amarrado seguía allí, aunque cubierto de mi sangre seca como recuerdo de tal humillación. Al final del patio Dominic estaba sentado en una silla, tenía una mesa enfrente y una carpa de tela blanca encima para blanquear el sol.

Artem y Máxim también estaban allí como compañía. El primero me dió una sonrisa que preferí ignorar mientras que el otro me repasó con la misma indiferencia con la que me había mirado toda la vida y volvió la visita a su teléfono. Los tres estaban sentados alrededor de la pequeña mesa, fumando en máxima tranquilidad como si estuvieran en unas simples vacaciones.

Papá ocupó una silla y me tiró en otra, justo frente a Dominic. El golpe no fue suave, así que me salió un gemido de dolor del que ma arrepentí de inmediato. Me encogí un poco cuando Dominic puso sus ojos en mí. Detrás de él estaba Misa parada como una estatua y también había un hombre que nunca había visto pero por alguna razón se me hizo familiar. Tenía el pelo negro brillante y ojos claros, y aunque estaba serio, no se veía profesional como Misa, al contrario, su postura era demasiado confiada incluso siento un mero guardaespaldas. Cuando me atrapó mirando, bajé la mirada y la clavé en el juego de ajedrez sobre la mesa.

—Arabella ¿Te duelen las heridas? — Dominic exhaló una bocanada de humo y tiró la ceniza en la tierra — espero que sí.

No tenía nada que decir. Una mujer de mediana edad se acercó con una bandeja de comida y una mesa pequeña que puso junto a Dominic, luego puso el plato. El rico olor del desayuno hizo rugir mis tripas y recordé que llevaba casi un día sin probar bocado. Estaba tan habienta que el estómago se me pagaba a la espalda.

—¿Estas hambrienta? —Dominic tomó un sorbo del café humeante que le pasaron y lo dejó en una esquina de la mesa.

Retorci mis dedos en mis regazo y no contesté. La burla en sus palabras era clara y no me prestaría para eso.

—¿Qué pasa? ¿Los gatos te comieorn la legua? — se burló Artem con una risita.

—Quiza la fiebre no la deja hablar — expuso Maxim más como un hecho.

—¿Sabes jugar? — Dominic señaló el juego de ajedrez. Lo miré, las piezas eran simples y las cuadros en el tablero de veían algo borrosas.

Carraspee antes de asentir—Pero no soy muy buena.

IMPERIO DE CADENAS [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora