12

574 35 3
                                    

Arabella.

Miré mi tobillo. Me llenaba de felicidad verlo mucho menos hinchado y ya no dolía tanto. Debí alagarme a mí misma porque luego de una semana, estaba lista para volver a caminar por mí misma.

La idea debió ser fantástica, pero me encontré sintiendo un dolor extraño en el pecho. No sabía que rayos me pasaba.

Levanté la vista para ver a mi captor. Ambos estábamos en el baño, el vapor empañaba los espejos así como su piel color trigo, haciendo que las gotas calientes resbalaran por cada tatuaje, por cada músculos y ondulación. Su cabello también también estaba mojado y las puntas goteaban como si fuera tinta. Estaba sentado frente a la bañera recortandose la barba mientras se miraba en un espejo de mano. Bien podía levantarse y arreglarse en el espejo más grande pero Amos no sabía lo que era el maldito espacio personal, a dónde quiera que iba me llevaba como si fuera un bolso y se reusaba a separarse de mi lado.

Y allí estaba de nuevo, ese extraño vuelco en el corazón que no sabía cómo definir porque nunca antes me había pasado. Mis emociones estaba más descontroladas que nunca porque cuando pensaba en separarme de Amos, me dolía el corazón, y cuando decía cosas dulces o hacía buenos actos por mí, me dolía el estómago.

Cualquiera que fueran esos sentimientos, me aterrorizaban por igual.

Las cuatro paredes en las que estaba encerrada definitivamente me estaban volviendo loca, a tal punto de volverme demasiado frágil para mí propio bien. Hace apenas unas horas le había confesado a Amos lo mucho que me afectaba, me había desvanecido en sus brazos, derramando mis debilidades y lágrimas, y lo peor es que me sentí bien haciendolo. Su calor y sus besos me reconfortaron de una forma demasiado peligrosa. Me sentí fresca después de confesarle tantas cosas.

¿Qué rayos me pasaba? ¿Por qué de un momento a otro Amos dejó de ser completamente aterrador? ¿Por qué lo miraba y pensaba que no era tan malo? ¡Maldita sea! ¡Era mi secuestrador! Me había herido una y otra vez, me repetí como una histérica tratando de razonar, pero otra parte de mí se odiaba por pensar mal de él. Sí, me había herido pero también habían hecho tantas cosas buenas por mí.

Porque me amaba.

Apreté los puños bajo el agua de la tina.

Todo fue por culpa de esa pintura en el techo. Cuando la ví mi corazón se aceleró tanto que pensé que moriría.

Hubiese sido mejor que muriese.

Porque luego de verme allí en esa pintura rodeada de ángeles, genuinamente pensé que era hermosa. Por primera vez en mi vida no me sentí como la sombra de mi madre, como una esclava o un desperdicio.

Esa era yo a los ojos de Amos. Un ser tan hermoso que casi me hace llorar.

Ese hombre realmente me ama, pensé por primera vez y por un segundo, genuinamente lo creí. Tuve que recordarme que él era el diablo hasta casi marearme y así poder enterrar esos buenos pensamientos.

Odiaba a Amos Vitali. Con fuerza.

Porque un gesto tan desinteresado como aquel traspasó mis muros rápido y fácil y me convirtieron en una mujer que no sabía reconocer.

Era como si hubiese nacido de nuevo. Mi ojos se abrieron ante un nuevo yo confundido e incontrolable.

¿Síndrome de Estocolmo? ¿Eso era lo que me pasaba en realidad? Tenía sentido. Sólo algo así podía hacerme querer a Amos.

Y eso era aún más aterrador.

Mi cabeza iba a explotar.

—¿En que piensas? —la pregunta de Amos me hizo levantar la cabeza para mirarlo. Sonreía como siempre y sus ojos eran los mismos, pero sentí que lo miré por primera vez.

IMPERIO DE CADENAS [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora