20

407 24 7
                                    

Dejen su ¡Ya llegué! aquí.

Arabella

Miré afuera de la ventana a las personas que cruzaban por la calle.

—¿Quiere algo más? — un camarero se acercó a mí y puso una canasta de papas fritas cubiertas de queso derretido. El olor a queso era tan penetrante que casi me hace vomitar e hice una pequeña mueca.

— Sí, sólo es eso, gracias.

—¿Esta segura? ¿No está esperando a nadie más? — preguntó señalando el papel blanco sobre la mesa y el paquete de crayones. La hoja estaba limpia y la caja intacta.

—No, mi hermana me acaba de llamar y no vendrá. Lo siento — le ofrecí una sonrisa de disculpas.

—No pasa nada

Recogió los menús, los crayones y la hoja. La ví ir y cuando comenzó a atender a otra mesa. Saqué la sopa de letras que tenía sobre mí regazo y un crayón de color amarillo.

Llevaba dos días en Porlant y en esos días mi rutina se había convertido en levantarme, desayunar cualquier cosa, salir de la habitación y pedirle el teléfono a la dueña del Motel para llamar a Matt sin resultado. También caminaba un poco la zona, mirando a todo y a todos con execiva cautela. Digamos que estaba desesperada y también impaciente al punto de plantearme la posibilidad de que Matt hubiese pensado como yo y hubiese ido también a Porlant. Caminaba prestando atención a cualquier hombre mínimamente semejante a mi hermano y retrocedía cuando alguien sospechoso se acercaba demasiado a mí por igual

Ese día luego de mi nada exitosa busqueda entré a un pequeño restaurante cerca de la carretera. El vidrio de las ventanas era perfecto porque se veía todo desde adentro pero nadie te veía desde afuera. Pedí una canasta de papas de dos dólares y le dije al camarero que esperaba a mi hermana y a mí sobrina sólo para acceder a los crayones que iban con el menú infantil y robar uno para reyenar mi sopa de letras.

En otra situación me hubiese sentido avergonzada por tal bajeza, pero a ese punto poco me importaba.

Tomé cuatro sobres de azúcar y los agregué al café que había pedido previamente y aparté las papas lo más lejos posible. Si seguía oliendo ese olor a queso rancio vomitaria en la mitad del lugar. Supongo que no podía esperar mucho de unas papas fritas que se ponían a descongelar en el microondas.

Tomé un sorbo de mi café extradulce y suspiré. Mis ojos ardían y no sólo eran por los lentes de contacto cafés, sino porque no había dormido nada. Por más cansada que estuviera, el miedo y la alerta me mantenían despierta, con la cara hacia la puerta y la pistola bien agarrada, también el motivo que más odiaba y era lo mucho que mi cuerpo extrañaba al imbécil de Amos. Toda mi vida había dormido sola, jamás con alguien abrazandome como si no tocarme le impidiera dormir. Así era Amos y me tenía mal acostumbrada. Si no me asfixiaba con sus brazos, entonces su cabeza estaba metida en mi cuello o sobre mi pecho, incluso cuando se alejaba porque hacia mucho calor, me apoyaba un brazo sobre la cintura o una mano sobre mis pechos que siempre lo tenían loco.

Jamás pensé que la ausencia de su cuerpo caliente contra el mío y su olor característico me llevarían al punto de no dormir.

No me daba vergüenza admitirlo y le ponía el nombre que era. Extrañaba al maldito diablo, pero estaria bien. Nunca pensé que sería fácil y rápido superarlo.

Así era la desintoxicación. Lenta, dolorosa y con muchas obstáculos.

Trace las palabras sobre la sopa de letras que por desgracia estaban a muy simple vista. Levanté un poco la mirada cuando la puerta se abrió y dos Policías entraron charlando con grandes sonrisas entre ellos. Me puse rígida como un palo y bajé la mirada, mis manos comenzaron a sudar.

IMPERIO DE CADENAS [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora