Capítulo 2: Entre las Sombras de la Noche

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Capítulo 2: Entre las Sombras de la Noche

El reloj marcaba las 10:00 p.m. cuando finalmente salí del minimarket. El aire nocturno golpeó mi rostro con una frialdad que me caló hasta los huesos, como si el mundo quisiera recordarme que no tenía refugio, ni siquiera en la oscuridad. Las luces de neón de los pocos negocios abiertos parpadeaban en tonos descoloridos, reflejándose en los charcos del asfalto. Cada paso que daba resonaba en las calles desiertas, una marcha lenta y silenciosa hacia ninguna parte.

Rodríguez había encontrado nuevas formas de recordarme mi insignificancia esa noche. "Andy, ¿no puedes hacer algo bien por una vez en tu vida?", me gritó frente a un cliente, su voz áspera llenando cada rincón de la tienda. Yo solo asentí, tragándome el nudo en la garganta, apretando los puños dentro de los bolsillos del uniforme para no mostrar que sus palabras me herían más de lo que debería. No importaba cuánto me esforzara; para él, siempre sería insuficiente, y para mí, esa sensación de fracaso se pegaba como una segunda piel.

El camino de regreso a casa era siempre igual, pero esta noche se sentía más pesado. Las sombras parecían alargarse en las aceras, siguiendo mis pasos como espectros silenciosos. Las farolas parpadeaban, iluminando brevemente las grietas en el pavimento, como si la ciudad misma estuviera tan rota como yo. Cada esquina que doblaba me parecía más vacía que la anterior, y aunque no veía a nadie, no estaba solo. Podía sentir la ciudad a mi alrededor, respirando sus secretos.

Había algo en la noche que siempre me hacía reflexionar. Tal vez era el silencio, tal vez la soledad, o quizás el hecho de que no tenía a nadie esperándome en casa. Las luces de los edificios brillaban en la distancia, como estrellas que no podía alcanzar, recordándome que yo era una mota insignificante en el gran lienzo de la ciudad. Me preguntaba si otros como yo estaban ahí fuera, atrapados en rutinas que les robaban el alma, soñando con escapar pero sin saber cómo.

El viento soplaba con más fuerza, y me obligó a subir el cuello de mi chaqueta. No calentaba mucho, pero era todo lo que tenía. A pesar del frío, mis pasos eran lentos. Sabía que mi apartamento estaba a unas cuadras, pero no tenía prisa por llegar. ¿Qué había ahí para mí? Un espacio pequeño, desordenado, y el eco de mis propios pensamientos.

A mitad del camino, me detuve frente a una vidriera de una tienda cerrada. Mi reflejo estaba allí, difuso por la suciedad del vidrio. Me vi con la misma ropa de todos los días, con la misma expresión vacía, y me pregunté cuántos años más podría seguir así antes de desaparecer por completo. Era como si ya hubiera perdido algo importante, algo que ni siquiera podía nombrar.

Reanudé mi marcha. Las cuadras parecían alargarse más con cada paso, como si la ciudad quisiera castigarme por haber soñado con algo más grande. Recordé las palabras de Rodríguez, el desprecio en su voz. "Inútil." La palabra rebotaba en mi cabeza, una y otra vez. ¿Y si tenía razón? ¿Y si no había nada más para mí?

Finalmente llegué al edificio. Las escaleras chirriaron bajo mis pies mientras subía al segundo piso, donde mi puerta me esperaba como una vieja amiga cansada. Al abrirla, encendí la luz y observé el espacio que llamaba hogar. Era pequeño, tan pequeño que el silencio parecía apretarme el pecho. La cama estaba sin tender, los platos se acumulaban en la fregadera, y la única silla junto a la mesa tenía una pata rota.

Dejé caer la chaqueta sobre el sofá y me hundí en él, sintiendo cómo el cansancio del día me envolvía como una manta fría. Cerré los ojos, pero no encontré consuelo. Mi mente seguía atrapada en las luces parpadeantes del minimarket, en la voz de Rodríguez, en los rostros indiferentes de los clientes. Pensé en todo lo que había perdido en los años que llevaba allí: tiempo, energía, quizás incluso esperanza.

Pero mientras la tristeza llenaba cada rincón de mi alma, algo seguía encendido. Algo pequeño, casi imperceptible. Era esa misma chispa que había sentido antes, un recordatorio de que, aunque estuviera atrapado, todavía estaba vivo. Y mientras estuviera vivo, podía soñar, aunque esos sueños se sintieran inalcanzables.

Miré por la ventana hacia la ciudad. Las luces seguían allí, brillando a pesar de la oscuridad. "Un día," me dije en voz baja, casi como una plegaria. "Un día, encontraré algo más."

Y mientras me quedaba ahí, solo en mi apartamento, me aferré a esa promesa. No era mucho, pero en ese momento, era todo lo que tenía.

Continuará...

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