Capítulo 9: La droga.

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Andy se aferraba a los hilos rotos de su sueño. La vida real, monótona y desolada, lo había atrapado como una telaraña implacable. Bella, la chica de sus sueños, parecía un fantasma lejano. Pero Andy no estaba dispuesto a rendirse.

Cada noche, antes de dormir, leía artículos sobre cómo controlar los sueños. Buscaba técnicas, trucos, cualquier cosa que pudiera llevarlo de vuelta a ese mundo donde Bella existía. Pero sus esfuerzos eran en vano. Los sueños se escapaban como arena entre sus dedos.

Escribía los recuerdos con Bella en un papel. Cada risa compartida, cada beso robado, cada conversación a altas horas de la noche. Las palabras se convertían en tinta, pero no podían traerla de vuelta. El papel se llenaba de lágrimas, y Andy se sentía como un náufrago en un mar de desesperación.

Incluso intentó dibujar el rostro de Bella. Una y otra vez, trazaba sus ojos verdes, su sonrisa, su cabello rojo. Pero los rasgos se desvanecían, como si la realidad los borrara. Andy lloraba en silencio, sintiendo cómo su corazón se rompía en pedazos.

La vida de Andy no dejaba de ser una vida de mierda. El minimarket, los clientes hostiles, el señor Rodríguez... todo era un recordatorio constante de su fracaso. ¿Cómo podía volver a la normalidad después de haber vivido algo tan intenso? ¿Cómo podía seguir adelante cuando Bella era solo un eco en su mente?

Quizás, en algún rincón del universo, Bella seguía existiendo. Andy se aferraba a esa esperanza, aunque fuera frágil como un cristal. Pero por ahora, solo quedaba la desolación y la sombra de lo que pudo haber sido.

La obsesión se enredó en la mente de Andy como una maraña de hilos oscuros. Bella, la chica de sus sueños, se había convertido en su única razón de existir. Cada pensamiento, cada latido, giraba en torno a ella. Pero no era una obsesión dulce; era un abismo que lo consumía.

Las noches eran las peores. Andy se acurrucaba en su cama, mirando las luces de la ciudad. Intentaba recordar cada detalle de Bella: su risa, su olor, la forma en que sus ojos brillaban cuando lo miraba. Pero los recuerdos se desvanecían, como si el mundo conspirara en su contra.

Investigó incansablemente. Leyó sobre cómo controlar los sueños, cómo volver a ver a alguien en el mundo onírico. Escribió los recuerdos con Bella en un papel, como si pudiera atraparlos en tinta. Dibujó su rostro, una y otra vez, pero los rasgos se desvanecían, como si la realidad los borrara.

La obsesión lo devoraba. Dejó de comer, de dormir. El minimarket, los clientes se volvieron mas hostiles que antes, el señor Rodríguez cada día era más pesado y atorrante... todo su mundo se volvió borroso, como si estuviera viendo el mundo a través de un cristal empañado. La salud mental de Andy se resquebrajaba, y su vida se desmoronaba.

El apartamento se había convertido en una jaula de sombras. Andy, atrapado en su propia mente, buscaba refugio en la botella y el cigarrillo. El alcohol y el humo se mezclaban con su desesperación, creando una neblina que lo envolvía.

Cada noche, la ansiedad lo atormentaba. El sonido, el zumbido lejano que aún resonaba en su cabeza, parecía crecer con cada trago. En su vida, todo se volvía más oscuro. El alcohol se deslizaba por su garganta, como un abrazo efímero.

El cigarrillo era su compañero fiel. Encendía uno tras otro, como si pudiera quemar los recuerdos, las promesas que se desvanecieron. Las luces de la ciudad parpadeaban como estrellas lejanas, y Andy se sentía solo en medio de la multitud. ¿Es que acaso no había una manera de volver su sueño realidad?

La adicción lo consumía. Los días se volvían vacíos, como si la frustración de ser un don nadie estuviera tomando el control de su vida. La salud mental de Andy se resquebrajaba, y su vida se desmoronaba.

Andy, con los ojos enrojecidos y la mente agotada, deambulaba por las calles como un zombie. El insomnio lo había atrapado en su telaraña oscura, y cada noche se convertía en una batalla perdida contra el silencio y la soledad.

En una esquina sombría, Andy se topó con un muchacho. Su rostro estaba demacrado, pero sus ojos brillaban con una extraña lucidez. El muchacho, al ver a Andy parecer desesperado, se acercó y le preguntó qué le pasaba.

El muchacho le sonrió con malicia y le susurró: “Tengo lo que necesitas”. Sacó un pequeño paquete de su bolsillo y lo mostró a Andy. Era una fuerte droga para dormir, una promesa de olvido y descanso.

Andy dudó por un momento. ¿Debería aceptar la oferta? ¿Hundirse aún más en la oscuridad? Pero la fatiga y la desesperación lo empujaron hacia adelante. Tomó el paquete tembloroso y entregó al muchacho unos billetes arrugados. Era lo que le quedaba del mes para comprar su comida.

Esa noche, Andy se acurrucó en su cama, la droga en su mano. La neblina de la adicción lo envolvía, y sus pensamientos se desvanecían. Cerró los ojos, esperando que el sueño lo liberara de sus demonios.

Pero mientras las sombras se cerraban sobre él, Andy se preguntó si había cruzado un umbral irreversible. ¿Era esta la solución o simplemente otra dependencia más? La respuesta se perdía en la oscuridad, y Andy se hundió en un sueño profundo y turbulento.

Nota del autor: El uso de drogas para dormir puede tener consecuencias graves para la salud. Si estás luchando contra el insomnio, busca ayuda profesional y considera alternativas más seguras.

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