Capítulo 11: Vida perfecta.

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El tiempo se deslizó como arena entre los dedos de Andy y Bella. Después de su mágico viaje de luna de miel en Hawaii, la vida les sonrió con generosidad. Se establecieron en una casa rústica en el campo portugués, rodeada de viñedos y olivos. El aire olía a tierra y a mar, y las noches estrelladas parecían un regalo del universo.

Perla y Altair, sus dos hijos, crecieron entre risas y secretos compartidos. Perla tenía los cabellos rojos de Bella y los ojos curiosos de Andy. Altair, en cambio, heredó la melancolía de su padre y la pasión por los libros de su madre. Juntos, formaban un trío inseparable, explorando los bosques y las playas cercanas.

Kid, el perro lobo siberiano que adoptaron, era un compañero leal. Sus ojos azules parecían espejos del alma, y su pelaje espeso lo protegía del frío atlántico. Kid corría libre por los campos, persiguiendo mariposas y olfateando los rastros de los zorros nocturnos.

La casa tenía paredes de piedra y tejas de terracota. Las ventanas se abrían a vistas de colinas ondulantes y al mar en la distancia. En las noches de tormenta, Andy y Bella se acurrucaban junto a la chimenea, compartiendo historias de sus vidas pasadas y soñando con futuros inciertos.

Bella continuó pintando sus cuadros, capturando la belleza de la naturaleza y los misterios que acechaban en las sombras. Andy, por su parte, escribía novelas de amor y aventuras, inspirado por los rincones secretos de Portugal y las leyendas que sus vecinos contaban alrededor del fuego.

Una tarde, mientras Perla y Altair jugaban en el jardín, Andy encontró un antiguo diario en el desván. Sus páginas amarillentas estaban llenas de letras temblorosas y manchas de tinta. El diario perteneció a un tal Sebastião, un pescador que vivió en la casa hace más de un siglo.

Las historias de Sebastião hablaban de sirenas que cantaban en las noches de luna llena, de tesoros escondidos en las cuevas de la costa y de un amor perdido en el tiempo. Andy se sumergió en las palabras de Sebastião, sintiendo que el pasado y el presente se entrelazaban en un abrazo eterno.

Bella, intrigada por el diario, comenzó a investigar la historia de la casa. Descubrió que Sebastião había desaparecido misteriosamente en una noche de tormenta, dejando atrás a su amada, una mujer llamada Isabel. Se decía que Isabel esperó toda su vida en el faro cercano, mirando el horizonte y aguardando el regreso de Sebastião.

Andy y Bella visitaron el faro una tarde, tomados de la mano. Las olas rugían contra las rocas, y el viento susurraba secretos antiguos. Allí, en la cima del faro, sintieron la presencia de Sebastião e Isabel. Sus almas parecían fundirse con las nuestras, y el tiempo se volvía líquido, como las olas que lamían la costa.

"¿Crees que Sebastião y Isabel encontraron la paz?" preguntó Bella, mirando el horizonte.

Andy la abrazó. "Quizás", dijo. "Quizás encontraron su refugio en algún rincón del universo. Como nosotros aquí, en esta casa, con nuestros hijos y nuestro perro lobo siberiano".

Y así, entre leyendas y realidades, Andy y Bella tejieron su propio cuento. En las noches de luna llena, cuando el viento susurraba en los olivos y las estrellas titilaban como faros lejanos, se sentían parte de algo más grande. Algo que trascendía el tiempo y el espacio.

Y en su refugio en Portugal, Andy y Bella aprendieron que el amor podía ser un puente entre mundos, un faro en la oscuridad y un diario lleno de secretos.

Andy vendió el diario a una editorial. Le compraron la historia a un precio de 500.000 euros y no tardaron mucho en sacarle una película cursi. La película vendió bastante bien y todo le trajo prosperidad a la familia de Andy.

El tiempo fluía en la casa de Portugal, como un río que arrastra sus secretos y susurra sus misterios. Andy, algunas veces atrapado entre dos realidades, se debatía en la telaraña de su mente. La vida perfecta que había construido con Bella y sus hijos parecía tan real, la brisa, los olores, lo sabores, cada segundo que vivía podía sentirlo en su cuerpo y en su alma. Pero también sabía que era efímera, un sueño que se desvanecería al primer toque de la realidad.

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