— Pensé que seguías dormido.
Rin sale del agua y camina hacia mi. Tiene el cabello mojado que le cae sobre los ojos y la cara, el leve movimiento de mano para apartárselo no debería parecer tan sexy como lo hace, pero no puedo quejarme de eso.
Sonrío sin poder evitarlo y dejo que me rodee la cintura con sus fuertes brazos, sus manos se deslizan por mi espalda hasta mi culo.
— Alguien tiene una fijación con mi culo — digo.
Rin me muerde el labio inferior y luego deja un beso.
— ¿Apenas te das cuenta?
Tiene esa áspera voz que hace que mis entrañas se revuelvan, aunque no es demasiado insensible como antes, ahora noto un toque cálido en él.
— Dios, Rin. ¿Puedes ser más descarado? — me quejo.
Él se ríe.
— Puedes seguir durmiendo — dice.
— No creo que pueda teniendo todo esto frente a mí.
Hincha el pecho y antes de que se pavonee, agrego: — Mykonos, quiero decir. Es precioso.
Vuelve a apretarme el culo y asiente.
— Lo es.
Cuando Rin me sacó de la boda, esperé que me llevara a todos lados menos a Mykonos. Y para cuando vine a darme cuenta, estábamos follando en el avión que nos prestó un buen amigo suyo. —sus palabras, no las mías—
Nos unimos al club de la milla sin siquiera saber si habían cámaras ahí dentro, aunque eso no es lo que me preocupa ahora mismo.
No he visto mi teléfono ni las redes sociales desde que llegamos hace dos días, así que no sé qué tan intenso esté todo en mi familia, mucho menos sé si mamá ha estado despotricando en mi buzón de voz y no quiero averiguarlo ahora.
Bachira nos hizo el favor de acompañarnos hasta el hangar donde esperaba el avión, pero fuera de eso, ni siquiera él sabe en donde estoy y mentiría si dijera que no lo echo de menos.
— ¿Vamos adentro, te pones algo lindo y salimos a cenar?
Aunque tampoco me quejo de la compañía.
Rin me está susurrando al oído. Suelto un pequeño suspiro cuando me muerde la oreja y luego chupa el mismo lugar. Sus manos se aferran a mi estómago.
No me doy cuenta del momento en el que me tiene de espaldas, su pecho pegado a mi espalda y su entrepierna creciendo peligrosamente entre mis mejillas.
— ¿No podemos quedarnos aquí?
Se ríe. Su aliento cálido me llena por completo.
— ¿Tenemos Mykonos para nosotros solos y quieres quedarte aquí?
Miro la casa al pie del mar, las olas golpeando contra las baldosas azules.
— No está mal.
Rin me besa la cima de la cabeza y me voltea. Quedamos cara a cara.
— Prometo que vamos a regresar pronto. Pero quiero mostrarte esto.
Asiento.
Yo también quiero que me enseñe todo por aquí, empezando por las casas blancas hasta la hermosa vida nocturna que sé que nos espera.
La brisa del mar me hace tiritar.
— Vamos a vestirnos — me nalguea —. O voy a follarte aquí mismo y no quiero que esos tipos de allá te vean.