Vejez

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La noticia de la muerte de su abuela golpeó a Matías como una ola furiosa, arrastrándolo hacia un mar de dolor y tristeza. El corazón roto y el alma cansada, Matías se aferró a su hijo Blas como un ancla en medio de la tormenta, encontrando consuelo en su cálido abrazo.

Con la determinación silenciosa de un hombre en duelo, Matías emprendió el viaje de regreso a su pueblo natal, llevando consigo a Blas en brazos. El pequeño, ajeno al dolor que afligía a su padre, lo miraba con ojos curiosos, su confianza inquebrantable siendo un bálsamo para el corazón destrozado de Matías.

El viaje en coche fue largo y silencioso, el murmullo del motor sirviendo como una banda sonora sombría para sus pensamientos. Matías miraba por la ventana, observando los campos y las montañas que pasaban velozmente, preguntándose cómo sería enfrentar el dolor de la pérdida en el lugar que una vez llamó hogar.

Finalmente, llegaron al pequeño pueblo, donde las calles estrechas y los edificios antiguos resonaban con ecos del pasado. Matías respiró profundamente, el aire fresco del campo llenando sus pulmones con una mezcla de nostalgia y tristeza.

Con pasos vacilantes, Matías llevó a Blas a través de las calles familiares, compartiendo con él los lugares que una vez habían sido testigos de su juventud. A medida que avanzaban, los recuerdos inundaban la mente de Matías, trayendo consigo una mezcla de alegría y melancolía.

- Este es el parque donde solía estar con tu padre, cuantas veces no nos besamos aquí... *

- Ewww, pero los parques son para jugar no para besarse - Matías rio ante la opinión de su hijo - ¿Puedo jugar? 

Matías asintió con una sonrisa triste, sus ojos llenos de recuerdos que amenazaban con desbordarse en lágrimas. Tomó la mano de Blas y juntos se balancearon en los columpios, el suave murmullo de su risa flotando en el aire como una melodía dulce y melancólica.

A medida que avanzaban por las calles solitarias, Matías le contó a Blas sobre los días de su infancia, sobre las aventuras que había soñado vivir con su padre y sobre los sueños que alguna vez había tenido.

Blas escuchaba con atención, sus ojos llenos de asombro y admiración por las historias de su padre. Pero en el fondo de su corazón, Matías sentía el peso abrumador de la pérdida, la ausencia de su padre resonando en cada palabra que pronunciaba.

A medida que la noche caía sobre el pueblo, Matías se encontró frente a la tumba de su abuela, su corazón pesado de dolor y tristeza. Tomó la mano de Blas y juntos se arrodillaron ante la lápida, sus lágrimas mezclándose con la lluvia que caía suavemente del cielo oscuro.

- Adiós, abuela. Que descanses en paz. -

Blas miró a su padre con ojos llenos de compasión, su pequeña mano apretando con fuerza la de Matías como si quisiera ofrecerle consuelo en medio de su dolor.

A lo lejos, las luces del pueblo se desvanecían en la oscuridad, un recordatorio silencioso de los lazos que los unían a aquel lugar de nostalgia y melancolía. Y mientras Matías se levantaba para regresar a casa, llevando a Blas en brazos una vez más, supo que, aunque el pasado pudiera ser doloroso, siempre llevaría consigo los recuerdos de amor y esperanza que había encontrado en aquel pequeño pueblo que una vez llamó hogar.

Los días que siguieron al funeral transcurrieron en una neblina de tristeza y recuerdos. Matías se sumergió en los recuerdos de su infancia, reviviendo cada momento compartido con su abuela y su padre. Blas estaba a su lado en cada paso del camino, ofreciendo su amor y apoyo incondicionales en medio del dolor. Matías estuvo con su madre bastante tiempo consolandola y al mismo tiempo el pequeño Blas hacía felíz a su padre y a su abuela con sus pequeñas ocurrencias y su curiosidad efusivo ante el mundo. 

Sin embargo, la ausencia de Enzo se hacía cada vez más evidente con cada día que pasaba. Matías esperaba en vano su regreso, preguntándose dónde estaba y qué estaría haciendo. Pero las respuestas nunca llegaban, dejando a Matías con un vacío en el corazón que amenazaba con consumirlo por completo.

A medida que avanzaban por el pueblo, Matías le mostró a Blas cada rincón y cada esquina, cada recuerdo y cada historia que había vivido allí. Cada lugar estaba impregnado de significado, cada recuerdo resonaba en su corazón como un eco lejano del pasado.

Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse en el horizonte, Matías y Blas regresaron a casa, sus corazones llenos de recuerdos y su alma impregnada de nostalgia. A pesar del dolor y la tristeza que los rodeaba, encontraron consuelo en el amor y el apoyo mutuo que compartían, sabiendo que juntos podrían enfrentar cualquier desafío que el destino les deparara.

Y así, padre e hijo se abrazaron en la oscuridad de la noche, encontrando consuelo en el calor de su mutuo amor mientras el mundo seguía girando a su alrededor. Porque, a pesar de las dificultades y las adversidades, siempre tendrían el uno al otro, y eso era suficiente para enfrentar cualquier tormenta que se interpusiera en su camino.

"¿Qué he hecho yo para merecer esto?" enzo x matiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora