Manos pequeñas

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El sonido de la puerta chirriante al abrirse resonó en el pequeño apartamento, anunciando la llegada del recién nacido. Matías permanecía de pie en el rincón de la habitación, su mirada fija en el suelo mientras luchaba por contener las emociones que amenazaban con desbordarse.

Enzo entró cargando al bebé en sus brazos, su rostro marcado por la fatiga y la incertidumbre. Sus ojos buscaron los de Matías, pero encontraron solo una muralla de dolor y distancia.

- Mati, él está aquí. Nuestro hijo -

Las palabras de Enzo resonaron en el aire, pero Matías apenas las registró. Una oleada de emociones lo inundó, una mezcla confusa de dolor, resentimiento y un atisbo de esperanza. No podía soportar ver al bebé, no después de todo lo que había pasado.

- Lo siento, Enzo. No puedo... -

Su voz se quebró en un susurro apenas audible, las lágrimas amenazando con desbordarse. Se volvió hacia la ventana, buscando desesperadamente un respiro de aire fresco que calmaría el torbellino de emociones dentro de él.

Enzo permaneció en silencio por un momento, sosteniendo al bebé con ternura mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas. Sabía que Matías estaba herido, que el camino hacia la reconciliación sería largo y lleno de obstáculos, pero no podía dejar de creer que algún día encontrarían la paz juntos.

- Lo entiendo, Mati. Tómate tu tiempo -

Con cuidado, colocó al bebé en la cuna junto a la ventana, envolviéndolo con una manta suave. Sus ojos se encontraron con los de Matías, llenos de una determinación silenciosa.

- Pero quiero que sepas que estoy aquí para ti. Para ambos -

Matías asintió con la cabeza, incapaz de encontrar las palabras para expresar la tormenta de emociones que lo invadía. Sabía que Enzo estaba haciendo todo lo posible para reparar el daño que había causado, pero el camino hacia la reconciliación sería largo y difícil.

Los días pasaron lentamente, marcados por la monotonía de las rutinas diarias y la tensión palpable que colmaba el pequeño apartamento. Matías evitaba el contacto con el bebé tanto como podía, encerrando sus emociones detrás de una muralla de dolor y distancia.

Pero poco a poco, sin darse cuenta, el bebé comenzó a abrirse camino en su corazón. Sus pequeños llantos en la noche resonaban en lo más profundo de su ser, despertando un instinto protector que creía haber perdido hace mucho tiempo.

Una madrugada, mientras el resto del mundo dormía, Matías se encontró de pie junto a la cuna del bebé, sus ojos cansados pero llenos de amor. El bebé lloraba suavemente, sus pequeñas manos agitándose en el aire en busca de consuelo.

Matías se inclinó sobre la cuna, levantando al bebé en sus brazos con cuidado. Sus lágrimas se mezclaron con las del bebé mientras lo abrazaba con fuerza, sintiendo un nudo en la garganta al darse cuenta de cuánto lo necesitaba.

- Shh, todo estará bien. Estoy aquí, pequeño -

El bebé se calmó lentamente bajo el tacto reconfortante de Matías, sus sollozos disminuyendo hasta convertirse en un suave murmullo. Por un momento, el mundo se detuvo a su alrededor, y Matías sintió una paz que creía haber perdido para siempre.

A partir de ese momento, Matías se convirtió en el guardián silencioso del bebé, velando por él con un amor y una devoción que no conocían límites. Cada risa, cada sonrisa, cada pequeño logro del bebé llenaba su corazón de una alegría indescriptible, borrando lentamente las cicatrices del pasado.

Y mientras el sol se alzaba en el horizonte, iluminando el pequeño apartamento con su luz dorada, Matías supo que, a pesar de todos los desafíos que enfrentaban, había encontrado una nueva razón para vivir en los ojos del bebé.

Juntos, Matías y Enzo eligieron un nombre para el bebé: Blas. Un nombre que simbolizaba una nueva esperanza, un nuevo comienzo, un vínculo indestructible que los uniría para siempre.

Y en los días que siguieron, en los momentos de quietud en la madrugada cuando el mundo parecía detenerse a su alrededor, Matías se encontraba hablando en voz baja al bebé, compartiendo sus miedos y esperanzas, sus sueños y sus deseos más profundos.

Y aunque las cosas entre él y Enzo seguían siendo complicadas, Matías sabía que tenían a Blas para él, cada que Enzo se iba, cada que Enzo era grosero o distante, sabía que podía recurrir a Blas para tomarlo entre sus brazos y mecerlo con cariño y dulzura, le gustaba darle amor y que él bebé sonriera cada que recibía su afecto.

Y así, en la quietud de la noche, con el suave susurro del bebé como su única compañía, Matías se durmió con una sonrisa en los labios, sintiéndose consolado por el amor incondicional que había encontrado en el pequeño Blas.

"¿Qué he hecho yo para merecer esto?" enzo x matiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora