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No bajamos. Nos metimos de nuevo en la suite como cobardes consumados.

—Tiene que haber una explicación lógica —sugerí, con la espalda pegada a la puerta.

—¿Qué eran esas... cosas?

—Seguramente nada que no se pueda aclarar de forma racional. La noche y el cansancio suelen engañar a los sentidos.

—¿Y el sonido? —Era horrible, en verdad. El chillido se oía ahora más agudo, provenía de abajo. Del círculo de luz—. ¿Sigue pensando que están viendo Alien? —La voz de Imotrid temblaba.

—No sé qué pensar —repliqué, nervioso—. Tal vez estamos alucinando. Tal vez no era el agua sino la comida lo que contenía alguna droga.

—¿Con qué fin? Era más lógico que nos durmieran.

—Asustarnos. Tal vez quieren asustarnos para que nos vayamos. 

—Pero... ¿por qué?

No tenía las respuestas y a cada minuto, mis nervios se alteraban más y más. Y el colmo fue cuando, a través del espacio inferior de la puerta, se deslizó algo viscoso, algo que fluctuaba entre el verde y el morado, y se arrastraba hacia el interior del cuarto. Mi secretaria, que había caído de trasero al piso, retrocedía sin lograr ponerse de pie. Sus ojos enrojecidos y las pupilas dilatadas avalaron mi teoría de que nos habían dado a consumir algo extraño.

—No temas —dije—, no es real.

—¿Cómo lo sabe? ¿Y si, como dicen los que murieron, esto es lo real?

Mi cabeza no lograba coordinar ideas, tenía una sed increíble y me ardían las manos.

—Tengo sed —dijo entonces Imotrid, como si me hubiera leído el pensamiento—. Necesito agua.

En los vasos que ella misma había traído, aún quedaba líquido; bebió. Me ofreció el otro y acepté con temor. Su rostro se había transfigurado, no era ella. Me veía con rabia, como si me odiara. Fue la desconfianza subyacente en su mirada lo que me hizo dar cuenta que yo la veía de igual forma: amenazante. La viscosidad se amontonó en una de las esquinas y allí quedó.

Moviéndome como pude junté algunos restos de la comida en un pañuelo y lo metí en mi bolsillo. Guardaba la esperanza de poder enviarlos a algún laboratorio. Unos pasos secos se acercaron a la puerta.

En un acto reflejo nos metimos los dos en mi cama y fingimos dormir. El enemigo común desterró la aversión que llegamos a sentir el uno por el otro. Alguien abrió, recogió los restos del banquete y se retiró. Luego escuchamos un sonido similar al de un globo desinflándose. Después nada.

No sé qué sucedió después, pero despertamos como nuevos

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No sé qué sucedió después, pero despertamos como nuevos. Como si hubiéramos descansado unas quince o veinte horas. La viscosidad no se veía por ninguna parte.

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