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Con algo de reticencia al principio y sin ningún tipo de tapujos después, Imotrid y yo le contamos a Maciel nuestra experiencia en Riscos frente a Carlota, que no cabía en sí del asombro, y de Ignacia, que no dejó de fumar sus molestos cigarrillos.

Nos habíamos ubicado en sillas y banquetas alrededor de la misma mesa en donde almorcé tantas veces durante mis años laborales. El profesor nos convidó café de la misma cafetera que utilizaba yo, en vasitos plásticos.

—Entonces, ¿están diciendo que es cierto lo de los viajes en el tiempo? —preguntó Ignacia con sus ojos de huevo duro abiertos de par en par. Se divertía, y no entendía el por qué.

—¡Qué locura! —apostilló Carlota, molesta.

—Mira, mamá —intervino Imotrid—, si resulta ser que, en realidad, no fuimos al 3022, significa que armaron un set muy realista para alguna película o para esos programas que te hacen creer cosas que no son, y te aseguro que, de ser así, ganarán un premio al mejor engaño del siglo.

—Es verdad que viajaron —declaró Maciel con voz queda—. Lo vengo diciendo desde hace tiempo. Creen que Riscos se convirtió en un portal temporal recién ahora, pero la verdad es que lo es desde hace más de diez años.

—Entonces tú viajaste —deslicé mientras tomaba asiento en otra silla junto a Ignacia cuyo cigarro se le consumía entre los dedos sin que ella lo notara, tal su estupor.

—Escuchen —señaló Carlota—, si quieren seguir con estas tonterías, allá ustedes, yo me voy y tú te vienes conmigo que hay mucho trabajo en la peluquería —ordenó a su hija—. Nos vamos. No voy a dejar que te maten porque una sarta de locos... Perdón, Patricio, pero no esperaba todo esto de ti. Una sarta de locos te haga creer que han viajado en el tiempo, por Dios ¡qué cosa tan ridícula!

Costó que nos creyera. Finalmente, luego de narrarle en detalle los acontecimientos y que su hija le enseñara las fotografías de los muertos, mi pobre amiga se dejó caer en otra silla, casi sin aliento y con gesto abatido.

Recién entonces logramos hablar con Maciel de lo que realmente nos interesaba.

—Viajé por primera vez en 2012 —contó mientras recorría el salón asegurando el cierre de cada puerta—. Fue casual e inexplicable. Mis padres habían fallecido no hacía mucho y yo debía ocuparme de la venta de la casa, en Riscos. En la guardia ya me conocían así que entraba al pueblo sin problemas.

—¿La guardia? ¿Te refieres a la caseta de Luis? —pregunté. Él afirmó—. ¿Ya entonces estaba vallado, el pueblo?

—Sí, claro. El predio fue asegurado en 2010, cuando comenzaron las pruebas. Rosenkrauss eligió cada uno de los sitios tomando en cuenta sus condiciones geográficas y climáticas.

—¿Te refieres a las tormentas que nadie parecía sentir, más que nosotros dos?

Maciel sonrió.

—Ya verás que, cuando regresen, tampoco volverán a sentirlas.

—¡No regresarán a ese lugar! —gritó Carlotta.

—Eso no es tan fácil —aseguró  Maciel—. Ellos ya pertenecen a los Treinta y uno, así que aunque nadie lo desee, regresarán una y otra vez, a menos, claro, que se quiten las placas.

—¡Te he dicho que no tenemos ninguna placa!

—¡Y yo te aseguro que sí! —insistió él—. De otro modo, no habrían viajado. No se preocupen, hay una forma de demostrar que sí las tienen y lo haré. Pero eso será luego, ahora quiero acabar mi relato, a ver si logro convencerlos de unirse a la resistencia.

RiscosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora