Epílogo

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Por disposición de la justicia y debido a su avanzada edad, la tía Ignacia fue confinada a pasar su sentencia (cadena perpetua) en su propia casa con una tobillera electrónica. Por supuesto, no ha podido asistir a más reuniones del grupo de los Treinta y uno y jamás pudo darse el gusto de viajar al futuro ni al pasado. 

Imotrid y yo visitamos Riscos a menudo, solemos tomar el té con Alejandra Pardo que, como comprenderán, pasó su fecha de vencimiento sin inconveniente alguno. 

—¡No saben lo agradecida que les estoy! —Nos dijo en alguna oportunidad—, de no haber atrapado a esa pobre mujer, ¡yo también estaría buscando el Nirvana en los riscos! Lo que lamento es no haber podido salvar a Elenita, a Felipe y a esa otra mujer... es horrible...

Susy estaba de pie junto a nosotros, lista para llenar nuestras tazas en cuanto las vaciábamos.

—¿Por qué tenía tanto miedo? —preguntó Imotrid. 

Alejandra miró a Susy y ella afirmó con la cabeza. Con su eterna sonrisa, claro.

—Es que fue todo muy intenso... Susy, Luis y la señora de la otra cuadra...

—¡La que regaba el jardín! —exclamé.

—Supongo, sí, siempre está con esas plantas... Ella también es, bueno, son..., eso que son.

—Prototipos —aclaró Susy.

—Eso —continuó Alejandra—, y cuando se reúnen acá me dan miedo, la verdad. Además, aunque me tratan muy bien y me cuidan, sé que me estudian y eso me pone muy nerviosa. Y, como no sabíamos quién era el asesino, bueno, desconfiaba mucho de ellos... —Bajó los ojos para asomarlos luego con cierto temor hacia la androide, pero esta ni se inmutó.

—¿Ellos se transforman en víboras? —preguntó Imotrid.

—¿Qué? ¡No! ¡Qué horror! ¿De dónde sacaste eso?

—Vimos unas sombras en la pared... —Intenté explicar—. Y hablaban...

—¡Oh! Eso sería cuando se arreglan los cables, ¡es muy impresionante de ver! Susy y Esther —la mujer de las plantas— se quitan unas placas del pecho y sacan todo un cablerío, que sí, tienen luces, tal vez al proyectarse parezcan más grandes; los desconectan, los limpian, qué se yo lo que hacen. Luis tiene la placa en la cabeza, es horrible  cuando se la quita. Tienen que hacerlo de noche porque es cuando Rosenkrauss las calibra desde la central. 

—Pero hablan en otro idioma —insistió Imotrid.

—Sí, susurran, pero no puedo yo decirte mucho porque no lo sé. Y, si se los preguntas, simplemente no te lo dicen.

La androide continuaba sonriendo y por primera vez tomé dimensión de lo perturbadora que resultaba la forma en que nos miraba.

—¿Son Aliens?

—No. O no sé.

—¿Por qué nos buscó?

—Para que descubrieran quién mató a Elenita, era muy buena amiga mía; ni Susy ni Luis ni Esther sabían quién podía ser... Me escapé aquella tarde de mi custodia, pero creo que ellos querían que lo hiciera.

—Una de las cosas que descubrimos —agregué—, es que algunos murieron dos veces.

Los tres miramos a Susy, quien, luego de sentarse de modo muy humano con las piernas cruzadas, sonrió y explicó:

—Nadie muere dos veces, señor Lamadrid. Nadie nace dos veces. Nadie vive dos veces. Sin embargo, ustedes transcurren en este momento y también en el siglo XXXI, ¿cómo lo explica?

—Viajamos en el tiempo —aventuró Imotrid.

—¡Ah! ¡El tiempo! —suspiró la androide—. ¡El tiempo va y viene a su antojo mientras el espacio se dobla y se desdobla! Entiéndalo: de acuerdo a sus cánones, si están vivos en el siglo XXXI, no pueden estar vivos hoy, ¿verdad? Y sin embargo, cuando regresaron, ¿alguien les comentó haber asistido a sus funerales? Piénsenlo. —Y agregó al levantarse—: Y eso no es todo, señor Lamadrid, Imotrid, hay muchas misiones para ustedes entre los tiempos. No fue fortuito que se los escogiera. 

—¿Misiones?

—Así es. Lo sabrán en su debido momento.

—¿Quién es líder?

Pero no respondió. Solo sonrió.



FIN

FIN

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