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Para el día siguiente, Rosenkrauss nos indicó que había logrado alterar nuestras placas tal como había hecho con la de Maciel, así que podíamos andar libremente sin temer que nos persiguieran. De todas formas, debíamos guardar mucho cuidado.

Salimos como delincuentes, mirando hacia todos lados; subimos al auto y aceleré hasta la casa de Alejandra. Allí esperaba la sonrisa vacua de la SUSY con las manos enlazadas al frente. La observé con detenimiento, tampoco ella tenía motivos para preferir una u otra alternativa de futuro; seguiría inserta en este  tiempo pasara lo que pasara. Seguramente tampoco tenía gran noción de una existencia propia. No, el asesino era alguien que, por alguna razón, guardaba especial interés en viajar al futuro. ¿Quién? ¿Por qué?

Me pregunté si sería seguro dejar a Alejandra allí, pero ella, luego de enterarse de la naturaleza de Susy, concluyó en que la androide estaba allí para cuidarla; de otro modo, podría haberla hecho desaparecer en muchas oportunidades. Lo que no nos quedaba claro era la razón por la que «alguien» hubiera decidido cuidarla.

—Estará bien, no se preocupe —nos aseguró Susy. Y sonó creíble, así que aceleré y nos alejamos.

—Tal vez Alejandra sea una especie de Sarah Connor —bromeé.

—¡A esa sí la conozco! —exclamó Imotrid—. Vi la película con tía Nacha, ¿vio que no soy tan ignorante?

—Nunca dije que lo fueras, solo desconoces muchos clásicos, no solo del cine sino de la cultura en general, pero no es tu culpa, es tu generación que....

—¡Eh, eh, eh! No se meta con mi generación que yo no me meto con la suya, que si lo hago no le va a gustar. A ver si piensa que somos como somos porque queremos. No, señor, somos lo que hicieron de nosotros.

No estaba de acuerdo.

—Bueno, en este punto no discutiré contigo, tenemos cosas más importantes de qué ocuparnos.

—Es cierto. ¿Adónde vamos?

—A buscar al API. Creo que encontrándolo a él, encontraremos al asesino, aunque.... ¡Un momento! 

—¿Qué? 

—Nada, nada. —No podía compartirle lo que acababa de ocurrírseme. Ningún puntazo atravesó mi cabeza por lo que deduje que la intervención de Rosenkrauss en mi placa estaba dando resultados. Intuí que, tal vez, había equivocado mi anterior impresión con respecto a que el API fuera el culpable. Pero, me dije, quizá no estaba errado en cuanto quién era el Soldado venido del fututo. Tal vez él podría ayudarnos. Imotrid me miró como quien acaba de darse cuenta que tiene un loco a su lado. No le hice caso.

Al acercarnos a la caseta de la entrada, Luis nos recibió con su habitual cara de pocos amigos. Descendí del auto y, no sé si por precaución o por miedo —me inclino más por lo primero—, mi secretaria permaneció dentro con las ventanillas abiertas y el teléfono atento. Ya no teníamos problemas de respiración.

—¿Cómo está, Luis? —saludé caminando hacia él, que no se alejó demasiado de su puesto, pero sí separó sus piernas y relajó los brazos a los lados, actitud que me impresionó defensiva.

—No puede bajar del auto aquí —gruñó.

Necesitaba acercarme un poco más. Verificar si, como sospechaba, llevaba una placa en la cabeza. El tipo no pareció dispuesto a permitírmelo. Estiró un brazo en mi dirección enseñándome la palma de su mano.

—Solo quiero conversar contigo un momento, ¿puedo?

—No se acerque.

—De acuerdo. ¿Eres capaz de revelarme la verdad de tu origen? Tú ya sabes quién soy. También sabes que he viajado.

RiscosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora