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Carlota mantenía los ojos muy abiertos y la boca cubierta por su mano. Imotrid se había acodado en la mesa con las manos juntas a la altura de la barbilla. Estaba tensa. Ignacia, en cambio, largó una bocanada de humo y sonrió.

—¿Cómo te diste cuenta? —me preguntó como quién pregunta cómo te fue en un examen.

—Indicios. Que tú misma me diste.

—Ah, ¿sí? ¿Cómo cuáles?

—Tu estado anímico cuando regresamos de Riscos, por ejemplo. Carlota se mostró aliviada y, al mismo tiempo, angustiada; en cambio tú, parecía que en todo momento hubieras sabido dónde estábamos, ni siquiera te asombró nuestro retorno. Hasta sabías de los híbridos.

—¡Todos los que van a las reuniones de Maciel conocen esos temas! —rezongó Carlota. Ignacia sonrió condescendiente.

—Convenciéndome de que no te creías los viajes en el tiempo, intentaste sonsacarme información —continué— y te diste cuenta de que tu sobrina y yo también habíamos viajado. Hasta te resultó divertido que acudiéramos a Santoro.

—¡A esta edad, todo me resulta divertido! —exclamó ella entre risas.

—Por eso no te cansas de buscar tu boleto al pasado, ¿verdad?

—Pero con algo de poder —replicó burlona.

—¿¡Cómo que con poder!? —intervino Carlota.

—¡Cuéntales! —grité.

—Cuéntales tu —me replicó rabiosa—, que al parecer, te lo sabes todo.

—No, no lo sé todo, lamentablemente. Creo que al inscribirte en ese programa, Human Test, descubriste algo, o te prestaste para algo a cambio de... ¿qué? ¿Asesinar personas?

Ella volvió a reír y se puso de pie, ya no necesitaba el bastón. Su rostro continuaba siendo el de una mujer de edad muy avanzada, pero su cuerpo se movía como si tuviera veinte años menos.

—¿Rejuvenecer? —preguntó la sobrina con asombro.

—¡Ja! ¡Ya me gustaría! —replicó Ignacia—. Soy un experimento, quitaron algunas partes dañadas e implantaron robóticas. 

—¿A cambio de qué? —volví a preguntar.

—¡De que me permitieran viajar en el tiempo a mi antojo!

—¿Se puede hacer eso?

—Todavía no, aunque están muy cerca. Pero no te excites, mi estimado Patricio Lamadrid, no soy la única que, de a poco, se va convirtiendo en un híbrido. Hay otros, somos muchos... Y los disidentes que no han hecho trato por nada hoy se ven a sí mismos como lo que son, simples experimentos. ¡Pobres idiotas!

—Pero tú eres la asesina.

—¿Qué? ¿Qué dices? —gritaron casi al unísono, Carlota y su hija. Ignacia sonreía mientras soltaba extensas bocanadas de humo. Sus manos venosas ya no temblaban y sus ojos de huevo duro tenían un brillo de malicia inexplicable.

—¿Qué puedo decirte, querido? Aunque me hagan de nuevo, se me termina el tiempo, ya sabes, hay partes que no se pueden reemplazar. Todavía. 

—Y tu quieres ir al pasado.

Ignacia giró la cabeza, mirándome con cierta sorna.

—Siempre fuiste un chico muy aplicado —comentó.

—Nacha... —murmuró Carlota acercándose a ella—, dile que no es cierto, que tú... Tú no los mataste, ¿verdad? ¿Por qué harías eso?

—¡Es la única forma de estudiar esas benditas placas para poder viajar al pasado!

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