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—¿Estás diciéndome que el científico mismo es quien sabotea sus propias investigaciones?

—No exactamente, sucede que cuando todo comenzó, no esperó, ni por casualidad, que sus experimentos lo llevaran como por arte de magia un milenio hacia adelante. Pero cuando se dio cuenta de lo que podía lograr, hizo lo que cualquier investigador haría: seguir por el mismo camino. La cuestión es que la gente de este siglo teme que la humanidad entre en una paranoia colectiva, por eso prefieren mantenerlo en secreto y no dicen nada. Imagínense, algo así podría provocar que los grandes magnates se coloquen al mando de operaciones espaciales inimaginables que acabarían con un efecto contrario al buscado, es decir, nocivas, no solo para las investigaciones, sino también para el futuro del espacio.

—No entiendo —reconocí.

—¡Los magnates subvencionarían proyectos formidables con el fin de lograr los ansiados viajes a través del tiempo! ¡Eso, aunque contraten científicos, químicos, técnicos y todo lo que se necesite, llevaría, indefectiblemente, miles de pruebas de ensayo y error debido a su falta de experiencia! ¡ Y cada viaje fracasado, cada prueba en el espacio que queda a medio camino, deja una cantidad de chatarra irrecuperable, lo cual ya es preocupante en la actualidad, ¡imagínense en las dimensiones de lo que estamos hablando! ¡Nos cargaríamos también el espacio! Al planeta ya nos lo hemos cargado, por eso se buscan alternativas —agregó tras una pausa.

—¡Eso es imposible! —exclamé intentando procesar sus dichos—. ¡El espacio es enorme, infinito!

Maciel movió la cabeza con exasperación.

—¡Pues lo estamos invadiendo! Y, aunque, estamos a comienzos de los viajes de estudio en ese terreno, al menos en este siglo, ¡ya hemos tirado kilos de chatarra espacial! En mil años más, todo esto de las IA —en las que también intervienen poderosos magnates para optimizar aún más sus empresas— escalará a que los androides dominarán una buena porción del espacio exterior, pero, ¿a qué precio? ¡Dejando a los humanos como reservorios de la vida que a ellos les falta!

—¿Para qué nos necesitan, la IA? —preguntó Imotrid.

—¡Ahí está el punto! Por ahora, y hablo de mil años hacia adelante, poco les servimos, ya que se han desarrollado tanto que son capaces de convertirse en una civilización autónoma por sí misma. Ustedes no han estado lo suficiente en el siglo XXXI, pero la verdad es que allí hay mucho que prescinde del ser humano, se controla su natalidad. No tienen interés en que sigamos reproduciéndonos. Cunado, por alguna razón, requieren humanos, los crean. Y los fabrican con las condiciones que necesitan.

—En las granjas.

—Exacto. Lugares horribles donde los embriones son conservados en espera de su destino. ¡Las personas solo existen para servirles a ellas, a las putas máquinas! Aunque todavía hay programas que dependen de la mente humana. Porque hay algo esencial que aún no logran: la consciencia. Resulta indispensable para conseguir o evitar ciertas cosas. Las máquinas necesitan conciencias si quieren perfeccionarse, requieren del discernimiento no automático.

—¿Para qué, por ejemplo?

Maciel se rascó la cabeza con un suspiro resignado.

— Empatía, creatividad, ética, evaluación, toma de decisiones, adaptación a situaciones inesperadas y toda esa mierda, son buenas razones para necesitar conciencia. Aunque la verdad es que con conciencia y todo, los humanos estamos destruyendo el mundo a nuestro paso. —Levantó los hombros.

—Al mismo tiempo, las IA, podrían desarrollar deseos e intenciones incompatibles con nosotros —reflexioné.

—¡A eso mismo llegaremos a finales de este siglo!

RiscosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora