Narrador Omnisciente
Cuando Amaltea despertó a la mañana siguiente, recobro la cordura y todo lo que había sucedido la noche anterior atormentaba su memoria. Se había dado cuenta que aún seguía en aquel salón, por lo que sin esperar más y sin hacer ruido, tomo sus cosas vistiéndose y saliendo del aula.
La primera en saberlo había sido Leonor, había sido un shock completo para ella. El segundo, Eros, la misma Amaltea lo había dicho, había pensado en no decirlo, pero después de haber escuchado que los rumores crecían, y todo por una persona, no le quedó de otra más que decirlo.
Eros no se había molestado por eso, o no tanto, si no lo que verdaderamente lo había molestado, había sido que Amaltea y Theodore habían estado juntos, eso ahora estaba en boca de todos, si vas a estar con alguien bien, pero no lo digas, no le cuentes tus intimidades a los demás, mucho menos si la otra persona no está de acuerdo en que lo hagas, son dos personas los que tiene opinión ahí, no solo una, para que esa decida.
Aunque claro, tal vez Theodore no lo había divulgado, como había estado negando cada que se acercaban a decirle por qué lo había hecho, pero el resto del día, nadie pudo quitarle su petulante sonrisa del rostro. Ni tampoco a Kara Parkinson. Mientras Amaltea sentía cada mirada de las chicas con las que Theodore había estado, murmurando lo inocente que era al caer con el, Nott tenía muchos apodos, sobrenombres en Hogwarts, pero una regla que cada chica seguía si no quería ser solo una noche era; "jamás caigas ante Theodore Nott y su ridículo acento francés".
Y Amy había perdido, ella fue la primera en perder.
—Eres un idiota. —susurró Eros, su voz cargada de ira. Había localizado a Theodore en la biblioteca, escondiéndose, y ahora lo tenía de frente, arrinconado contra un estante. —Aunque no esperaría menos. Los hombres como tú son veneno. Manipulan, engañan, y luego desaparecen. Fingen todo lo que no son.
Theodore se inclinó hacia adelante, sus ojos marrones brillando envenenados, con diversión.
—¿Y qué sabes tú, Eros?—escupió—¿Por qué confías en Draco, si es igual que yo? Él tiene muchos secretos, ¿O acaso no has notado lo cerca que se ha vuelto a las Greengrass en estos días? Porque yo sí, y déjame decirte que muchos sospechan que Draco engaña a Nelly con Daphne, o quizás Astoria. Ella lo ama.
Eros sintió que el mundo se tambaleaba. Draco también tenía sus secretos, al igual que el. Pero había algo en él que Eros no podía explicar. Algo que lo hacía confiar, incluso cuando todo se complicaba.
—Confío en Draco porque es valiente. Le confiaría mi vida si es necesario. —declaró Eros. —Y tú, Theodore, no tienes permitido pronunciar el nombre de Nelly.
Los libros parecían retener el aliento. Los estudiantes se habían detenido de hacer sus deberes, sus miradas fijas en el duelo verbal de Eros y Theodore.
Theodore se rió, una risa sibilante que resonó entre los estantes.
—¿Y qué harás, Eros? ¿Me lanzarás un Expelliarmus como tú hermano? ¿O prefieres un Crucio?
Eros no retrocedió. Sus ojos ardían con una determinación feroz.
—No necesito magia para golpearte, Theodore.
—Tal y como un animal. Que divertido. —dijo Theodore con una sonrisa socarrona. Eros apretó la mandíbula, tomándolo por el cuello de la camisa, y acercándolo con violencia a su rostro. —No voy a besarte. No eres mi tipo. —susurró.
—Imbécil. —dijo Eros soltando con brusquedad contra un estante, haciendolo moverse y tirar algunos libros.
Theodore, con los ojos brillantes de diversión, se inclinó hacia Eros.
—¿Quieres saber la verdad, Evans? Amaltea pasó una noche conmigo, pero yo no fui quien lo dijo. Y algo más, ella estuvo enamorada de ti durante años.
Eros se quedó sin aliento. Las palabras de Theodore resonaron en su mente como campanas lejanas.
—¿Qué estás diciendo?—cuestionó confundido.
—Es cierto. —continuó Theodore. —Amaltea siempre te miraba con admiración. Pero tú... tú nunca lo viste. Estabas demasiado ocupado mirando a Pansy, el amor de tu vida. Y no te diste cuenta de lo que tenías frente a ti. Y por culpa tuya, yo siempre era el desplazado.
Eros sintió un nudo en la garganta.
—¿Cómo lo sabes? ¿Y por qué no me lo dijo?
—Porque tenía miedo. —respondió Theodore. —Miedo de que la rechazaras. Miedo de que su amistad se arruinara. Y como tú ahora estás con Pansy, ella olvidó que le gustabas, y ahora, ella está conmigo. Se aferra a mi, como el chico al que ama.
—Si de verdad te amara, ella no tendría miedo de decírtelo. Ni siquiera sabes lo suficiente de ella como para pensar que de verdad la amas. O que gustas de ella. ¿Por qué no puedes alejarte simplemente? Ya le rompiste el corazón a varias chicas, ¿Quieres hacerlo con ella también? ¿De nuevo?
—Yo si se apreciar lo que tengo frente a mi. Tu quizás pienses que es hermosa, que es bonita, y si, quizás la conozcas más que yo, pero tú eres un hermano para ella, sabes cada cosa que le guste, pero yo veo hasta lo más insignificante que pudiera haber en ella. Muchos te dirán que es hermosa, ¿Pero solo eso?
Eros seguía observándolo en silencio, claro que sabía a lo que se refería, ver más allá de lo superficial.
—Si, muchos podrán decir que es bonita, pero, ¿Acaso ellos notaron que solo tiene un hoyuelo? ¿Notaron que ella nunca se aleja de un abrazo primero? ¿O que sonríe instantáneamente cuando hace calor afuera? ¿Que siempre juega con su cabello cuando está nerviosa? ¿Ellos piensan? Ella es bonita, si, pero alguna vez, ¿Alguien noto todo eso? No necesito tu opinión si quiero salir con Amaltea, el si quiero ser alguien distinto con ella. Tu no eres quien me importa. Y si quieres golpearme adelante, eso no va a detenerme.