Narrador Omnisciente
La bruma de la mañana cubría los terrenos de Hogwarts como un velo de espesa neblina. El castillo, que solía irradiar una atmósfera de seguridad y familiaridad, hoy parecía más ominoso, como si supiera que algo oscuro se cernía sobre sus muros. Era el día de la última prueba del Torneo de los Tres Magos, y la tensión en el aire era palpable.
Eros caminaba por los terrenos con la mente en mil lugares diferentes. No podía apartar el pensamiento de su hermano menor, quien estaría enfrentándose a una de las pruebas más peligrosas de su vida en unas pocas horas. Desde que Harry había sido elegido para el torneo, todo había sido un torbellino de preocupaciones. Pero hoy, en particular, había algo diferente, algo más pesado.
Eros y Harry siempre habían tenido una relación complicada, pero se amaban, y estaban ahi cuando el otro lo necesitara. A pesar de ser hermanos, el distanciamiento entre ellos había crecido con la aparición de James Potter, como una grieta que no dejaba de ensancharse. Sin embargo, eso no impedía que Eros sintiera una preocupación punzante por el menor. A fin de cuentas, era su hermano. Era sangre de su sangre, y aunque no lo demostrara, su corazón estaba agitado ante lo que estaba por venir.
Mientras caminaba cerca del laberinto, que estaba preparado para la prueba final, observó los altos setos que lo componían, y el miedo se instaló en su pecho. Aquello no era una simple competencia. El peligro era real, y no podía sacarse de la cabeza las veces que Harry había estado al borde de la muerte desde que llegó a Hogwarts. Y, sin embargo, parecía que a nadie le importaba realmente.
Harry había sido valiente hasta ahora, pero Eros sabía que la valentía no siempre era suficiente. Había algo más en juego aquí, algo que Eros no podía ver del todo pero que lo inquietaba profundamente.
—Debería estar allí para él —murmuró, aunque sabía que su relación con Harry hacía que acercarse fuera complicado.
James, su padre, estaba en algún lugar del castillo, probablemente desinteresado en lo que le sucediera a Harry. James nunca había sido un padre de verdad, ni para Eros ni para Harry. Había abandonado a su familia cuando ellos más lo necesitaban, y la amargura de esa traición seguía carcomiendo a Eros por dentro. Pero eso no tenía importancia ahora. Eros estaba decidido a no repetir los errores de su padre. No quería abandonar a Harry, no hoy.
El ambiente en los terrenos de Hogwarts era como una olla a presión a punto de estallar. Los alumnos se agrupaban en diferentes puntos, observando el laberinto con expresiones de curiosidad y temor. Algunos murmuraban teorías sobre lo que sucedería dentro, otros se limitaban a esperar en silencio. Entre ellos, Eros caminaba como un espectador atormentado, con Pansy caminando a su lado, intercalando la mirada entre el suelo por el que caminaba y su novio, preocupada, Eros deseaba estar en dos lugares al mismo tiempo: junto a su hermano y fuera de ese maldito torneo.
La tarde comenzó a caer, y con ella, el momento de la prueba final. Eros observaba desde las gradas, a su lado, Pandora se mordia las mejillas angustiada, buscando a Harry con la mirada. Lo vio junto a Cedric Diggory, Viktor Krum y Fleur Delacour, los otros campeones. Harry parecía pequeño entre ellos, pero había algo en su mirada, algo que a Pandora le recordó a Lily. Esa misma determinación, ese coraje que no flaqueaba ante la adversidad.
—Harry —susurró Eros, como si su voz pudiera atravesar la distancia y alcanzarlo.
La señal fue dada y los campeones se adentraron en el laberinto. Eros se quedó inmóvil, el corazón acelerado, sintiendo que algo malo estaba por suceder.
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El aire dentro del laberinto era espeso, casi sofocante. Las paredes de seto parecían moverse y cambiar cada vez que Harry avanzaba, como si el propio laberinto estuviera vivo. Cedric estaba en algún lugar cercano, pero los sonidos de sus pisadas habían desaparecido hacía un rato.