Prólogo.

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Viernes, 22 de septiembre de 1950

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Viernes, 22 de septiembre de 1950. 23:57

Loren Miller estaba muerto de frío, tanto, que le temblaban las manos y cada cinco minutos le recorría un escalofrío. Algo confuso dado el ambiente en el que se encontraba, tenía cuerpos pegados al suyo y el calor sofocante irradiaba aquel pequeño bar en el centro de Londres, al que habían acudido después del primer ensayo en teatro de La Bella Durmiente, que sería un éxito un par de meses antes de navidad y llevaría a todas las personas a verlo cuando la Royal Academy lo presentara en el teatro.

Antes de la época festiva a finales de diciembre, ellos tenían una misión completamente distinta a presentarlo para un público general: hacerlo en la boda del novato rey que, como antes de la guerra, seguía perteneciendo a la dinastía británica Swift.

Bufó y se quejó, intentando salir de la pista de baile, cuando alguien lo mencionó a él, llamándolo, seguramente para agradecerle una vez más que le hubiera dado esa gran oportunidad en un acto de tal valor; pero estaba tan atrapado entre los cuerpos que solo podía seguir sus ritmos y balancearse al compás de una canción moderna que no reconocía.

Fue cuando la música frenó, porque la canción había finalizado, que Loren pudo salir de allí.

Agradeció que la copa que llevaba en la mano le hubiera calmado el enfado al que se había visto sometido cuando se había quedado solo en el estudio, mientras los bailarines se cambiaban.

Él había entrado por la puerta, después de haber visto todo desde detrás del cristal y además tuvo la poca vergüenza de opinar sobre un trabajo del que no tenía ni idea.

“¡Ni siquiera sabes bailar ballet, llevas años sin hacerlo! ¡Vete a casa, Swift!” Le había respondido Loren subiendo el tono.

No se había irritado porque él le hubiera pedido bailar para, cómo no, lucirse ante el pueblo una vez más y mostrar su faceta ególatra que todo el mundo sabía que el rey inglés tenía, sino todo lo que había dicho después, desprestigiando sus primeros pasos en aquello que intentaba imitar.

Mientras pensaba en lo mucho que lo odiaba, y se enfadaba cada vez más, logró escapar de la multitud y también esquivar abrazos de gente ya algo ebria que le agradecía con la voz en dejadez que lo hubiera escogido para un evento tan importante.

Huyó hasta un pasillo que se perdía en la oscuridad, y más por estar solo que por perderse, decidió seguirlo, aunque no sin antes agarrar otra copa de la barra que ni siquiera le pertenecía. Pestañeo molesto cuando se adaptó a la oscuridad, pero encontró en un lateral una puerta, y al abrirla le golpeó una luz fluorescente azul del baño.

Llamó a la puerta aun habiendo ya entrado en un "Por si acaso", y al ver que nadie le respondía se apoyó contra el lavabo, provocando que el calor de su cuerpo se calmara tras mojarse un poco la cara.

¿Por qué solo Hans lo molestaba a él? No hablaba con ningún otro bailarín y cuando tenía que mantener una conversación con Zach o Hunter lo hacía perfectamente como si fueran amigos de toda la vida. ¿No lo eran ellos también?

¿Qué quería que hiciera para que lo tratara así? ¿Por qué le tenía tanto rencor?

¿Era porque no adoraba a la realeza? ¿Por qué no era tan "dulce" como él?

❦❦❦

Sábado 28 de Febrero de 1950. 26 días desde la coronación del Rey Swift.

Los políticos y gente importante solían mentir. Principalmente diciendo que todo estaba bien, cuando no había ni un cabo atado. Hans siempre recordaba haber tenido miedo y un sentimiento de angustia instaurado en su estómago cuando tuvo que hacerlo por primera vez.

Recordaba a la perfección que fue en un discurso que en realidad, él como príncipe, no debía hacer. Pero el presidente en aquellos tiempos, Winston -un cabezota en toda regla pero con muy buena mentalidad para dirigir un equipo-, le repitió mil veces que la monarquía estaba ganando algo de mala fama en la postguerra y él como futuro rey siendo alguien apuesto (y querido por el público por ello), podía hacer que eso cambiara.

Así que con una vergüenza que hizo que sus mejillas se sonrojaran, dio un discurso lleno de positividad sobre cómo la economía remontaría aquel verano, e Inglaterra gracias a los Estados Unidos renacería.

Aunque todo eran mentiras, palabras que se perdieron en el tiempo y al final el duro golpe de realidad demostró que tanto la presidencia como la monarquía, solo soltaban falacias.

Pero Hans no se preocupó más, hasta que tuvo que hacerlo una vez más, y no se trataba de mentir sobre el país sino sobre él mismo.

Pasó un minuto aguantando la respiración, todavía metido en el coche que le había llevado del aeropuerto hasta las afueras de Dublín.

Sus ojos cambiaron constantemente, de mirar a su padre, Norman Swift y rey emérito del país, hasta su madre que estaba sentada a su lado.

Él le había pasado el cargo justo el día de su cumpleaños porque a sus casi sesenta años decía que quería disfrutar de la privacidad de su vida; mientras que ella no había pronunciado palabra ante la decisión y en ese momento esperaba que su hijo diera la señal para salir del coche, cuando estuviera listo.

Finalmente Hans logró despejar los ojos de la escena para recordar porque estaba allí: cerrar la academia temporal de ballet en Irlanda en la que de niño había pasado una semana que le había cambiado la vida.

"No pasa nada si te emocionas, entendemos que fue una semana muy intensa de tu vida hijo. De hecho, estaría bien si lo haces." Había expresado su padre entre risas antes de dejar Buckingham para llegar al aeropuerto.

Pero Hans no tenía miedo de emocionarse ni de llorar frente a una prensa seria que no demostraría ningún tipo de emoción. Sino de, cómo se había empezado diciendo: mentir.

"Tuve la suerte de pasar aquí los mejores días de mi vida, descubriéndome a mí mismo y conociendo a gente que ahora triunfa en los ballets más conocidos a nivel mundial. Cuando el director Frédéric Abrams me comunicó la noticia de que cerrarían la escuela porque siempre se supo que era algo temporal, acepté con gusto, y como alumno más que como rey del país vecino, dar un discurso en conmemoración a mis recuerdos generados aquí.

Gracias por todo lo que me enseñó al profesor Raynal, esté donde esté; por brindarme la oportunidad de dar clases en su día y permitirme estar aquí hoy al director Abrams, y a todos mis compañeros y amigos que conocí aquí."

Y antes de salir del coche siguiendo a sus padres una lágrima recorrió su pómulo.

Porque su discurso era una mentira, y allí estaba de nuevo la angustia en su estómago. 

Apology of the tearful [Alabanza a la lacrimosa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora