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Bélgica, Palacio de Laeken.

Cada vez que Scarlett Andrew visitaba a su familia en Bélgica, preguntaba a sus amigos de la zona si podía visitarlos o les escribía preocupándose por si estaban bien. El envío de cartas costaba menos cuando te encontrabas en el país o incluso en la región.

Aunque cierto era, que no tenía problema en que cualquier conocido le escribiera desde donde hiciera falta, para lo que fuera que ocurriera.

Hacía unos meses supo enseguida que su amiga Sophie estaba esperando un hijo y se había mudado con su marido de Bruselas a Perwez, un pequeño municipio en el que buscaban tranquilidad en el embarazo; y también sabía que Oliver seguía metido en sus planes como espía y ya conoció antes que nadie que Leopoldo, el padre de la futura reina de Inglaterra, saldría de su incapacitación como rey tras en la cárcel nazi, y vigilaba a su padre que como rey abdicado.

Esa era una de las principales razones por las que Scarlett se encontraba en casa, celebrar la liberación de su padre y, además, el cumpleaños de su hermano.

—¡Joder! No me creo que te cases.

A sus recién cumplidos treinta años, en una celebración íntima a la hora de la cena en la que solo participaban los cuatro miembros de la familia belga en el salón de palacio, su hermano mayor Olav, no había concebido aún matrimonio, y tal vez por ello le sorprendía que su hermana lo hiciera en menos de un mes.

—¡Olav! Esa boca —Le regañó su madre, antes de que pudiera seguir hablando.

—Y encima con el puto rey de Inglaterra. —El príncipe belga hizo caso omiso a las palabras de su madre, al igual que cuando ella le había dicho que se tenía que cortar el pelo, y cada vez su cabello casi blanco de lo rubio que era, crecía más, hasta llegar a sus hombros.

—Me acuerdo lo pesada que eras cuando iba a visitaros durante la guerra sobre lo mucho que lo querías. —Su padre, que raramente intercambiaban algo más que monosílabos por su carácter reservado, hizo estallar a risas a Olav, de nuevo.

—Oh, eso es mentira. —Exclamó la pelirroja mientras carcajeaba.

—¡Verdad! —Su hermano le respondió, con la boca llena y sin modales. Nunca se había sentido tan en familia.

—Es cierto, y vosotros como hombres no tuvisteis que aguantar nada, pero cada noche que iba a darle un beso antes de dormir me contaba todo lo que el maravilloso Hans había hecho y todo lo que habían hablado. —Después de engullir su último trozo de tarta, su madre irrumpió en la conversación.

—Mamá, tienes que ir conmigo contra ellos, no contra mí. —Gritó de nuevo Scarlett, falseando su enfado y cruzándose de brazos mientras hacía un puchero.

Esa era la familiaridad que extrañaba en Inglaterra. Esa era la familiaridad que le faltaba y no encontraba en un Hans que se ocultaba y Scarlett había dejado de buscar después de años intentándolo.

—Recordad que a las once traerán las cartas que no han dejado esta mañana, iremos a dar una vuelta. —Después de al menos veinte minutos en los que la conversación se iba desvaneciendo, la madre de los dos hermanos la finalizó.

Y volviendo a pensar en las cartas, Scarlett se dio cuenta de que realmente había sabido más de boca en boca que gracias a un trozo de papel.

Por ejemplo, de Loren, del que se corrían rumores de que se había estaba expandiendo por Londres con la Royal Academy de ballet y aunque le rogaban desde el Bolshoi que volviera, él se negaba.

Pero solo eran rumores. ¿Enserio? ¿Por qué renunciaría el británico al Bolshoi? Su conocido, más que amigo porque habían perdido el contacto cuando él se había marchado a Rusia, estaba loco si aquello era verdad.

Apology of the tearful [Alabanza a la lacrimosa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora