Capítulo III

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Apareció durante la tarde del siguiente día en los dormitorios de la escuela, Yuuji estaba cubierto de suciedad, unas sombras bajo sus ojos que se notaban fuertemente y la voz que apenas salía de sus cuerdas vocales. Cuando entró todos lo miraron sorprendidos o tal ves con lástima no los supo por qué solo sonrió  y con un:

–Estoy bien – sonrió como de costumbre – me tope con una maldición nada de que preocuparse – explicó al notar que miraban sus ropas – iré a dormir – no escucho si alguien dijo algo.

Sólo quería dormir, descansar de todo y todos. Y eso se dispuso a hacer cuando su celular sonó por doceava vez, con un suspiro lo tomó y una sonrisa melancólica salió de sus labios. Decidió  contestar.

–Sensei – su voz a penas salió sin embargo hubo un momento de silencio – estoy bien – sentía su voz temblar.

–Yu… – no terminó de hablar cuando le interrumpió el pelirosa.

–Estoy cansado sensei – cubrió su ojos con su brazo y colgó.

Se enredó en sus cobijas y volvió a llorar. Mierda sólo deseaba llorar cuando escuchaba su voz, miró el anillo en la mesita y su garganta amenazó con gritar de nuevo.

Si Sukuna lo viera se estaría burlando de él diciendo lo estúpido que se veía. Y tal vez si era un estúpido por llorar por alguien así, ¿pero acaso podían culparlo? Su primer amor y único hasta el momento había sido así.

Ahora entendía a los personajes de esas películas, donde la protagonista le lloraba al hombre que le hacia daño, un amor que se convirtió en un infierno. Era más fácil decirle que no lo hiciera a hacerlo, ahora lo experimentaba en carne propia.

El tiempo hizo lo suyo que lo arropó en un dulce sueño, y un descanso para ese corazón roto y demacrado.

Satoru arrojo su celular al sofá. Tallo su rostro, un suspiró abandono sus labios mientras miraba aquella fotografía; el viaje a la playa, antes de lo sucedido en Shibuya. Todos habían ido pero solo ellos dos se tomaron una foto mientras miraban el atardecer.

Bufo mientras dejaba aquel recuerdo boca abajo. Terminaría de una vez por todas con él,  como debía hacerlo desde el principio y dejaría que le hiciera lo que quisiera: si lo golpeaba estaba bien, si lo pateaba igual, si lo maldecía igual, es lo menos que podía hacer.

–Es lo mejor – miro hacia la ciudad – es lo mejor – se repitió de nueva manera.

Aquella tarde volvió a la escuela y continuo como si nada ocurriera, sus deberes como docente no podía dejarlos de lado,  nuevos alumnos habían llegado y más papeleo que debía hacer,  hubo un momento en que preguntó por Yuuji a lo cual le respondieron que estaba descansando en su habitación.

No volvió a preguntar, simplemente asintió. Después de su turno hablaría con él joven pelirosa. Sin embargo parecía que el destino estaría por cobrarle muy caro su error. Pues esa misma noche después de su turno y antes de irle a ver, un sobre llegó a sus manos, a un lado de él se encontraba Shoko.

–¿Y eso? – preguntó curiosa la castaña.

–No lo se, simplemente la encontré en mi escritorio – contestó alzando los hombros.

–Tal vez sea algo importante – continuó hablando intrigada.

–Tal vez – dijo esto como un susurro.

Decidido habría él sobre amarillo y lo que leyó le dejó la sangre helada. Esos desgraciados del “nuevo consejo” lo habían hecho. Y el como estúpido les había dejado servido en bandeja de plata todo listo. Deseaba que fuera un error.

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