Capítulo VIII

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Los siguientes días se volvieron más agitados, diciembre ya estaba a la vuelta de la esquina y con ello las maldiciones aumentaban de manera exponencial. Demasiados sentimientos y emociones siendo principales causas del aumento.

Y por consecuencia el mundo de la hechicería tenía nuevamente más trabajó de lo usual. Aunque esto no significaba desplazar los eventos importantes, como la fiesta de compromiso.

– Itadori seguro ¿qué estás mejor?– preguntó con preocupación el azabache – deberías  volver ir al hospital – dijo mientras le pasaba papel higiénico.

Así es, nuestro duo se encontraba de regreso de una misión cuando el vomitó se hizo presente en la garganta de Itadori y no tuvo de otra más que parar detrás de unos árboles a vaciar su estómago.

– estoy bien~ sólo... me cayó algo mal – dijo mientras limpiaba su boca.

– llevas diciendo eso durante los últimos días – refutó con el ceño fruncido Megumi – ha dejado de ser creíble los primeros dos días – se acercó a palmear la espalda del pelirosa al volverlo a ver tener una arcada más.

Yuuji sabia que no podía ocultarlo por mucho más tiempo, si bien su cuerpo apenas comenzaba a adaptarse a la presencia de alguien más lo podía cubrir con sus ropas así como justificar su estado por una "infección estomacal" o eso pensaba.

Pero en cuanto su cuerpo comenzará a cambiar y a notarse su estado se preguntaba como lo justificaría.

Por qué sí, Yuuji había decidido tenerlo. No sabía como le haría pero de alguna manera sacaría adelante a su pequeño rayo de luz. Su motivación de seguir adelante.

Mientras Fushiguru  trataba de convencer a Itadori de llevarlo al hospital y este trataba de negarse poniendo escusas bajaron la guardia poniéndose en bandeja de plata de aquella maldición viscosa y verde.

Un golpe que apenas lograron esquivar los hizo ponerse rápidamente a la defensiva. Aunque Yuuji se llevó un golpe en la espalda ante el impacto de haber escapado como pudo.

– niño~ niño~ – dijo con un tono bajo aquella maldición dirigiéndose al ojimiel con una velocidad impresionante.

– ¡Itadori! – gritó fuertemente el azabache.

Megumi se acercó  con la intención de ayudar al pelirosa haciendo aparecer a sus perros shinigamis en segundos sin embargo fue interceptado por dos maldiciones: una cayendo de arriba y otra saliendo del suelo con las intenciones de aplastarlo al chocar.

Por lo que no le quedó de otra más que invocar a los conejos  karetecas como les puso el ojimiel para ir a ayudar a éste mismo.

Para Yuuji  las cosas no iban de la mejor manera, si bien había recibido pequeños roses en su cuerpo todos eran dirigidos a su estómago o su nuca. No entendía porqué lo atacaba en aquellos lugares pero sabia que no era momento de preguntas.

Bien podía atacar el mismo y derrotar de una vez a la maldición pero sabía que era riesgoso teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba,  un mal movimiento o cálculo y su bebé lo pagaría.

No podía arriesgarse mucho más podría perderlo y sabía que no lo soportaría. No lo lograría.

La lucha se estaba alargando de manera inquietante, y el estado en que se encontraba Itadori podía empeorar las cosas, debían terminar de una vez por todas con aquellas maldiciones.

– niño~ niño~ – con esa voz gutural repetía  la maldición aquélla palabra.

– ¿De que niño hablaba aquella maldición?  – se preguntó mentalmente Megumi.

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