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Narrador omnisciente
La incomodidad tardo en llegar, más de lo que hubiesen querido, pues la calidez, esa que trascendió de sus cuerpos era tan peligrosa como un puñal en plena garganta, sin embargo, cuando lo sintieron, el recipiente llenándose de penetrante silencio, fue el rompimiento del momento.
Separándose lentamente del abrazo, Hannah hablo, ni el acto más indecente podría haber producido el fuerte matiz rojo que pintaba sus poros, tampoco su búsqueda de palabras — Creo que, será mejor que nos demos prisa, oscurecerá pronto — tres o cuatro horas, eso faltaba para que el sol se ocultara, pero Shuntaro obedeció cómo si de verdad lo creyese.
Ya en el auto, no hubo interacción alguna, sin embargo, a pesar de que no se hablaban o tocaban, sus mentes, cómo aviones, aterrizaban en la misma pista de aterrizaje: el abrazo.
¿Acaso su juego había ido muy lejos? ¿O siquiera se le podía llamar juego a lo que la rubia percibió en ese segundo?
Deseaba molestarlo, pues el asiático había admitido necesitar algo tan humano como el contacto físico, sin embargo agraviada en su propia debilidad se mantuvo en silencio hasta que llegaron a un lugar que parecía ser un buen refugio, de los reyes, y hasta de ellos mismos.
Unos minutos después, tendida en un viejo colchón soltó las primeras palabras — ¿Podrías olvidarlo? — sabía que estaba ahí, aunque no lo viera percibía su presencia en el ambiente.
Detuvo la lectura de los lomos de la pequeña librería y miro de reojo hacia su dirección — ¿El abrazo o el porque ocurrió?
