El Destripador de Nueva York (segunda parte)

95 12 0
                                    

Era curioso como después de toda una vida dedicada a castigar a los criminales, todavía era capaz de congelarse de miedo como un novato. Se vio incapaz de gritar para pedir ayuda, atrapado en un torbellino de pensamientos confusos e ideas dispares sobre cómo podría salir de allí en una pieza. No era fácil, y tampoco tenía tiempo. 

Conque lo más probable era que el sujeto lo matara antes que hubiera podido planear algo.

No reconoció del todo al hombre que tenía delante de sí, pero por su pijama celeste supo que era uno de los pacientes internos del hospital. ¿Un paciente psiquiátrico era el temido Destripador? A nadie se le había ocurrido investigar a los pacientes residentes, porque vivían bajo cuidados y vigilancia y no solían salir al exterior. Pero tenía bastante sentido ahora el por qué nadie había visto entrar o salir a alguien extraño el día del asesinato de Jeannie Roberts, o por qué él había recibido de forma anónima los legajos de los pacientes de Hannibal. Por qué las demás víctimas habían sido también pacientes, por qué Hannibal había sido amenazado con cartas. 

-Si fuera tú bajaría ese cuchillo antes que te consigas más problemas- atinó a decir Nolan, sudando y rogando porque alguien apareciera para ayudarlo.-No sabes lo que estás haciendo.

-¿Usted cree? Pues se equivoca. Sé perfectamente lo que hago- gruñó el hombre.-Y no he llegado hasta aquí para que un maldito fiscal entrometido arruine todo mis planes, ¿sabe? De modo que evítese problemas usted y no se mueva. De lo contrario todo será mucho más doloroso.

-¡Hannibal!- intentó gritar Nolan, para descubrir que su voz no lograba elevarse. Tenía la garganta seca.-¡Hannibal!

-Ese bastardo no vendrá a ayudarlo, se lo digo desde ahora. ¡Hannibal Lecter!-escupió el hombre con desprecio.-No es más que un charlatán disfrazado de hombre culto, un farsante. Arruinó mi vida y me recluyó aquí como si fuera un enfermo, y ni siquiera tuvo el valor de atenderme él, me puso al cuidado del inútil del doctor Chilton para no verme la cara. ¿Pero sabe qué? Me alegro que lo hiciera, así yo tampoco tuve que verle la cara a él. Y así pude planear con calma mi venganza…

-¿Quién eres? ¿Quién? ¿Por qué?- sonaba angustiado al verse entre la pared y el demente ése, que tapaba la puerta con su cuerpo y blandía un cuchillo como si fuera un carnicero experto.

-Abel Gideon, cirujano- se presentó el Destripador con una reverencia falsa.-Así como me ve yo también fui doctor, ¿sabe? Hasta que me acusaron de matar a mi familia. El Lecter ése, ese miserable, aseguró ante el jurado que yo era un hombre inestable y propenso a la violencia que no estaba listo para vivir en sociedad. ¡Por su culpa llevo años aquí encerrado como un animal, sin posibilidad de apelación! Mi destino es morir en un psiquiátrico. 

-Pero saliste, y lo hiciste muchas veces. Si podías salir, ¿por qué no huiste en lugar de regresar cada vez aquí…?

-Ahh, porque eso no habría sido suficiente, señor fiscal. No me interesaba huir, me interesaba cargar con la culpa de mis asesinatos al maldito de Hannibal Lecter, o al doctor Chilton en última instancia. ¿Sabe que utiliza métodos abusivos contra sus pacientes? Oh, sí. En ocasiones, nos trata como animales de laboratorio. En cualquiera de los dos casos, mi plan era crear a un monstruo que fuera tan feroz que al final los terminara devorando. Y usted sería una perfecta víctima final, si me permite decirlo. El fiscal enamorado del psiquiatra que era culpable, y que en un arrebato de locura terminó por quitarle la vida. Je… conozco muy bien a Lecter, y sé que siempre se cuida las espaldas. Él sería perfectamente capaz de matar a alguien si ese alguien fuera un peligro para él.

-Pues no me conoces tan bien, porque yo jamás haría daño al amor de mi vida- interrumpió la fría voz de Hannibal detrás de Gideon. El Destripador de Nueva York no alcanzó a darse vuelta que ya Hannibal le había clavado una jeringa llena de calmante, dándole además un empujón para derribarlo al suelo. Todo pasó tan rápido que Nolan no pudo procesarlo a tiempo y se derrumbó, agitado y con la vista borrosa por la adrenalina del momento. Hannibal corrió hacia él y lo rodeó rápidamente con sus brazos, rogando que fuera suficiente para parar sus temblores y devolverle la calma.

-Tranquilo, amor mío, ¡ya estás a salvo, ya pasó! En cuanto vi que Gideon no estaba en su habitación lo entendí, y tomé la primer jeringa que pude de mi escritorio con la esperanza de llegar a tiempo. Y lo hice… 

-Es el Destripador- gimoteó.- Oh, dios, ¡estuvo siempre aquí! ¡Entre nosotros, cerca de ti y de…! Es demasiado, Hannibal, ¡pudo matarnos a ambos!

-Pero no lo hizo, no lo hizo y no lo hará. Ya mismo llamaré a la policía, y tú mientras tanto puedes recostarte en mi despacho.-Le sonrió débilmente, consciente de lo cerca que había estado de perderlo.-Nolan… ¡mi pobre Nolan, lamento tanto que por mi culpa hayas pasado un momento tan horroroso! Es a mí a quien Gideon quería perjudicar. Si yo no hubiera ayudado a declararlo culpable…

-Entonces quizás habría muchos más muertos, Hannibal. Por dios, ¡este hombre es un lunático peligroso! Pude sentirlo en su forma de mirarme y hablarme, está demente. No sé cómo se las arreglaba para salir de aquí pero al menos ahora se acabó, y eso también es gracias a ti… no lo olvides.

Hannibal lo ayudó a levantarse y le sonrió una vez más, antes de tomar su celular y llamar a la policía. No se sentía un héroe ni nada por el estilo, pero era de lo más satisfactorio que su novio adorado lo considerara como tal.

Buen Juicio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora