Locos de amor

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Advertencia: contenido explícito.

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Hannibal estacionó frente a la casa de Nolan con tranquilidad, se desabrochó el cinturón tranquilo, se observó en el espejo retrovisor para comprobar que estuviera bien peinado. Lo estaba. Satisfecho, salió del auto y se quedó un momento contemplando la fachada del hogar donde vivía su amado; quería registrar muy bien en su palacio mental todo lo que tuviera que ver con él, desde el aroma de su shampú hasta los delicados macizos de flores que adornaban su pequeño jardín.

"Un hombre como él, que tiene que contemplar tanta sordidez en el trabajo, y sin embargo encuentra el tiempo para sembrar la belleza a su alrededor. Definitivamente es un hombre al que vale la pena amar".

Sabía que Nolan debía estar trepándose por las paredes en ese momento, a la espera de que él llegara para tomar el café. Lo había presionado mucho para que aceptara sus sentimientos, y aunque en el fondo sentía un poco de culpa por eso, todo había terminado. Es decir, ya no hacía falta presionarlo para que aceptara nada porque ya lo había hecho, Nolan estaba enamorado y le había dado una oportunidad para que fueran pareja. Oportunidad que no pensaba desaprovechar por nada del mundo: Nolan y él se pondrían de novios formalmente, vivirían juntos y serían felices el resto de sus vidas. Nada ni nadie lo apartaría de ese objetivo ahora que por fin tenía el "sí" del menor.

(...)

Nolan se tomó unos momentos para respirar antes de abrir la puerta. No es que tuviera miedo, pero… bueno, tal vez sí tuviera un poquito de miedo. Ya de por sí aceptar que amaba a Hannibal había sido algo muy difícil, pero verlo cara a cara seguía siendo movilizador, mucho más si el encuentro era en su propia casa. El instinto le decía que no importaría cuánto tratara de mantenerlo en una charla con café, Hannibal no se conformaría solo con eso. El psiquiatra había demostrado de sobra ser un hombre apasionado, que iba al frente y reclamaba lo que deseaba. Por ende, si iba a su casa estando tan locamente enamorado de él, era probable que quisiera…

-Bienvenido- dijo tan casual como pudo al abrirle. Hannibal, tal y como supuso, se había presentado de punta en blanco y con la mejor de sus sonrisas seductoras en el rostro. Lucía extremadamente hermoso.

-Es un placer que me recibas en tu hogar, querido Nolan. No sabes cuánto había deseado este momento.

Se lo imaginaba. De hecho, no tenía que imaginar nada, porque en cuanto la puerta se cerró Hannibal se acercó para saludarlo con un beso en la boca. Sin más palabras bonitas, sin esperar, simplemente lo besó y aprovechó para acariciar su mejilla de forma erótica, dejándole bien en claro como sería la reunión. Al separarse lo vio sonreír todavía más, probablemente porque se había puesto rojo y lo estaba disfrutando en grande. ¡Qué cretino podía ser Hannibal a veces, qué cretino y qué ardiente al mismo tiempo!

-Mantén las manos tan quietas como sea posible, Hannibal, por favor. Ya te dije que te he invitado a tomar un café, nada más. No seas ansioso.

-Un café, claro. Por cierto, disculpa que no haya traído nada para acompañarlo. Es una grosería imperdonable por mi parte, pero salí tan apresurado del consultorio que no atiné a pasar por Lilinette Patisserie para escoger un dulce apropiado. Me siento muy mal por eso, llegar al hogar de mi amado con las manos vacías…

-No importa, no hacía falta que traigas nada. Tengo un poco de pastel en la nevera, de limón y chocolate. Será suficiente.

-Aunque digas eso, la próxima no cometeré tal descuido y te traeré un regalo digno de ti.

Nolan sonrió, mientras preparaba una bandeja para llevarla al salón. Había dejado listas sus tazas favoritas y el mejor café que tenía en la despensa, intuyendo que sería inútil pero queriendo esmerarse de todos modos. Hannibal tenía toda la pinta de ser un hombre de gustos muy finos, que no se impresionaba fácil, pero si tanto lo amaba no debía de importarle que usara vajilla desgastada. En efecto, el mayor no reparó en que las tazas no eran de porcelana o que el café era una marca industrial muy diferente al café en granos que usaba siempre; toda su atención estaba volcada en él, lo notaba, Hannibal solo tuvo ojos para él durante todo el rato que duró su visita y eso le resultaba de lo más halagador.

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