·Prólogo·

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Alianza Enemiga.

Prólogo.

Narrador omnisciente.


—Aún no dominas por completo el arte de ser un Denker.

   El hombre ladeó la cabeza, observando sobre su hombro a la persona que había soltado palabra detrás de él.

—He aprendido más rápido que cualquiera de tus aberraciones.

   Llevó su mano derecha a su capucha, quitándola de su cabeza y dejando a la vista de ambas personas con él su verdadero color de cabello. Como era de esperarse, dedicó una mirada impasible, una que carecía de vida. Sus ojos claros golpearon al antiguo ser que tanto lo había manipulado durante décadas. Pero ahora sólo un plan se reflejaba en ese rostro.

   La rubia se deslizó un par de pasos atrás, permitiendo que la conversación entre ambos viejos se llevara de forma parcialmente privada.

—He hecho todo lo que acordamos y aún nada —se quejó él, impaciente—. ¿Será que debemos dejar que se llene de poder? Podría deshacerme de él incluso en ese estado.

—Esperar un par de meses más es un suspiro en la vida de un inmortal, príncipe.

   Apretó los dientes, marcando la mandíbula en una clara señal de molestia. Aunque le costara admitirlo, tenía razón. Porque ese tiempo no era nada para un inmortal, pero sí era algo cuando se trataba de su propio destino, su futuro y el despertar de los Dioses. Su plan se basaba en ello; y no tenía chance para fallar.

   Tomó el acelerante del suelo y se lo tendió a la rubia a sus espaldas sin necesidad de indicar instrucciones. Como esperó, el aroma se sintió en el aire en menos tiempo del esperado. Él volteó nuevamente hacia el fósil que no quería perder de vista hasta que respondiera todas sus dudas. Clavó su mirada en eso, que no era ni ella ni él.

—¿Qué diablos debo encontrar hasta entonces? —preguntó, fastidiado.

   Las cuencas de alfileres en el lugar que deberían estar los ojos de la mujer se fijaron en él.

—No qué, sino quién.

   Ladeó la cabeza en un gesto incomprensible, molesto quizá, impaciente al recibir tantas órdenes de una misma persona.

—¿Quién?

—Quiénes —corrigió por segunda vez.

   El Denker frunció el ceño, elevando el mentón en esa dirección y proyectando el poder que sabía que poseía. Aunque no era nada a comparación de este ser, no iba a permitir que alguien como él fuera aplastado por esas manos viejas y arrugadas. El ambiente se tensó entre ellos, ocasionando una ruptura de mundos y colisión de especies. Pero eso fue todo. El hombre se mantuvo bajo control, aún incluso cuando su magia, su cuerpo y todo dentro de sí le pedía lo contrario.

Mátala. Mátala. Mátala.

   Apretó los dientes. A su lado, la rubia llegó, lanzando lo restante del acelerante al suelo a sus pies.

—¿Qué tanta energía debo utilizar? —consultó ella.

   Consciente de que el desgaste de energía extremo sería letal para ella, él fue quien respondió.

—Iremos a pie —aseguró—. O asaltaremos algún carruaje. Pero no morirás en una guerra que ni siquiera es mía.

—Esto no es nada, cariño.

   Una risa de garganta escapó del macho.

—¿Infiltrarnos a Teufel y Winkel es un juego de niños?

—Eso es pan comido para tí, príncipe —le recordó—. El segundo paso del plan sería lo complicado aquí. Porque no sólo jugarás a ser uno de los Dioses, sino que pelearás con la mismísima muerte y el demonio blanco para conseguir tu objetivo.

   Apretó los labios, casi dejando escapar una sonrisa burlona por lo escuchado.

—Nunca dejarás de delirar, ¿verdad?

   Ojos de Vudú elevó los hombros, indiferente.

—Nunca me equivoco con nada de lo que digo.

—Lo hiciste con respecto a Cyrene Cyril.

—Jamás dije que era ella tu destino —atacó—. Sólo que su apellido era un medio para un fin.

   Negó, y esta vez no pudo reprimir la burla dentro de su cuerpo. A su lado, Petra también se burló. Ojos de Vudú los miró a ambos. A su manera, claro estaba.

—Roba los huevos del Gorya original, príncipe. Luego hablaremos de tu destino.

—No tenía intenciones de saber.

   Esta vez fue Ojos de Vudú quien se burló de él y sus palabras. Separó los labios en un gesto aburrido, casi bostezando.

—Eres un gran dilema, Eros.

   Dicho eso, el hombre chasqueó los dedos y las puertas se abrieron ante ellos. De la misma forma que él, Ojos de Vudú hizo sonar sus finos y arrugados dedos en un chasquido, lo que generó que el acelerante se encendiera sin compasión alguna, llenando el ambiente de llamas ardientes. Petra extendió sus manos, juntándolas en un aplauso, lista para hacerlos huir de allí. A sus espaldas, mientras caminaban, el lugar se quemaba, dejando atrás así el último escondite. Ya no se esconderían. Porque en cuanto el último paso se lleve a cabo, ya no serían presas. Se volverían cazadores.

La guerra estaba a punto de comenzar.

Y Eros Cyril sería el primero en lanzar la piedra, pero no escondería la mano.

Para eso necesitará su alianza con su enemiga: Aure Cyril.

Su alianza enemiga. 

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