·Capítulo siete·

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Capítulo siete.

Narra Eryx Rune.


   Me entrometí en la tienda de campaña, mirando por encima del hombro del Consejo de Guerra de mi padre, justo hacia Koa, quien ya se encontraba de pie y alerta para cualquier movimiento.

—Lleva a cabo nuestro plan, Koa. Busca la forma de que todos consigan esconderse, escapar o pelear de alguna manera —expresé mis deseos. Él asintió, de acuerdo conmigo. Dirigí mis ojos al consejo frente a mí—. Son Diellis, luchan con la luz del sol. No soportan la oscuridad, por lo que cuando anochezca o morirán o se irán.

—Pero faltan horas para que el sol se esconda —recordó Raze.

   Desenfundé mi espada con prisa y decisión, dispuesto a aguantar.

—Entonces habrá que pelear.

   Dirigiéndole una última mirada a Koa antes de salir corriendo hacia el exterior, elevé mi espada a la altura correcta para comenzar la cacería de monstruos. Observé a ambos lados, viendo cómo mi gente corría hacia Nihil, como se perdería entre los mundos que le deparan del otro lado. Me negué, ordenando a mis pies que corrieran hacia el sur, el lugar por el que venían los monstruos. La primera oleada estaba por llegar, si lograba interceptarlos, quizá podría desviarlos de su objetivo principal y así darle a mi pueblo una oportunidad de huir hacia alguno de los otros tres reinos limítrofes.

Tienen que sobrevivir.

Y yo necesito demostrar mi valor de algún modo.

He sido prometido de dos mujeres con una poderosa magia; soy el heredero del rey de Kalter Boden, el brujo más poderoso de todos los tiempos; he aguantado la tortura física, mental y mágica que dos Denkers me han impuesto durante días. He sobrevivido a Himmel ida y vuelta.

No puedo morir aquí.

   Salté hacia la primera barrera de ataque, hacia los primeros Diellis que amenazaban con destruir cada rincón de Reine Wald si no los detenemos. Y ahora que los veía de cerca, podía ver con claridad el porqué se encontraban tan abajo en la cadena alimenticia en Epiphania. Solté un grito de guerra al mismo tiempo que elevé mis brazos y los bajé en el cuerpo del pequeño primer monstruo que llegó a mí. Justo en ese instante, me absorbió el gran primer grupo, tanto por tierra como por aire. Sabía exactamente cómo utilizaban su magia porque los había visto pelear en Himmel contra el Círculo Rojo. Desviaban los rayos de luz solar a su favor, utilizándolos como método de defensa y ataque al fusionarlos. Quité la espada del flácido cuerpo del monstruo e inmediatamente volteé en otro ataque, elevando la espada a la altura de mi rostro para defender mis ojos del repentino aumento de luz que me dejaría ciego. Entendí que eso era un gran aviso para salir del ojo de la tormenta, por lo que dí la vuelta para irme. Mi escape estaba prohibido porque los Diellis habían interrumpido mi paso.

—Miren qué presa más interesante —habló uno de ellos con esa horripilante y fina voz. Olfateó el aire como si saboreara la comida—. Un príncipe...

   No le permití terminar la frase, porque ese título más que una bendición como prometía serlo, ha sido una maldición. Moví mi espada hacia delante junto a todo mi cuerpo, colocando toda mi fuerza en atravesar su cuerpo al mismo tiempo que otro atacó por mis espaldas. Quité la espada del cuerpo y me deslicé hacia un costado, esquivando el ataque. Tomé mi espada con mi mano derecha y la moví con rapidez en el siguiente Dielli que ví, cortándole la cabeza de un saque. Antes de que esta pudiera caer al suelo, me dejé caer sobre mis rodillas al evitar que la luz que ellos manipulaban me alcanzara. Rodé hacia un costado, llevando mi espada conmigo y cortando los tobillos de los monstruos más cercanos a mí. La tierra dejaba de ser una buena posición para ellos, y lo noté porque la mayoría comenzó a atacar por encima, llevando sus manos hacia arriba y hacia abajo, controlando los rayos que el sol brindaba. Eso comenzó a dejarme sin opciones.

Alianza Enemiga © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora