·Capítulo doce·

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Capítulo doce.

Narra Aure Cyril.


   Apreté los dientes con mi lengua entre ellos, masacrando la misma. Meneé una de mis manos ante mí con total enojo. El resultado de ello salió disparado hacia un costado. Negué varias veces, llevándome ambas manos de manera impulsiva a la cabeza, sin poder creer lo que había pasado. Cerré los ojos, repitiendo la imagen en mi cabeza una y otra vez, esperando que realmente eso fuera obra total de mi mente y no un error más. Pero lo era.

«¡Responde, maldita sea! ¿Desde cuándo lo sabes?» gritaba en susurros.

   Bajé las manos de mi cabeza, extendiendo ambas en dirección a un tronco caído a un par de metros de mí. Pestañeé con lentitud, dejando salir mi magia poco a poco, tratando de concentrarme solo en ella. Pero, cómo era de esperarse, era imposible.

«No es de tu incumbencia eso. Y no tiene nada de importante estar unidos. Podemos ignorarlo y ya» había dicho, temiendo estar equivocada.

«Esto debe ser una maldita broma» sus palabras resonarán como si las estuviera emitiendo ahora mismo, frente a mí.

   Dejé fluir un poco de mi magia por mis dedos, lo mínimo para no perder el control. El tronco se movió, deslizándose sobre la fina capa de nieve en el suelo como si nada.

«No podemos ignorarlo, sin más. Debemos romperlo, Aure»

   Su voz sonando con fuerza en mi cabeza repitiendo esas palabras dejaron que mi magia se saliera de control al segundo que volvía a mover el tronco. Este mismo salió volando hacia atrás, completamente congelado, y se estrelló con un árbol perfectamente sano. Eso hizo que el muerto, congelado, se partiera en mil pedazos y se esparciera por doquier. Meneé la cabeza, enfadada, molesta conmigo misma por no tener el poder de controlar mi propia magia, a mi propia cabeza.

Jamás me había llamado Aure.

«Y estoy completamente de acuerdo con eso» accedí.

   Oí una rama romperse detrás de mí, lo que me hizo girar a la velocidad de la luz con ambas manos listas para atacar. Al reconocer su rostro, negué con más furia aún.

—Ese pobre árbol no tiene la culpa de lo que pase por tu mente —me recordó Engel.

—¿Intentaste entrar a mi mente? —solté normalmente, sabiendo que lo intentaría.

   Asintió, sin un gramo de vergüenza encima.

—Y está cerrada con paredes de hierro.

   Solté un pequeño suspiro, aliviada de lo que acababa de oír. Al menos había aprendido a controlar lo que puedo compartir y lo que no dentro de mi mente. Estaba decidida a mantener fuera ojo y oídos chismosos, empezando por los de el Viejo Sabio de Engel. Apreté los labios al voltearme para darle la espalda, no tenía intención alguna de seguir hablando con él. El sol ya brillaba con más intensidad, recordándome lo que era ver un amanecer de principio a fin.

—Deberías descansar, querida. Llevas mucho tiempo sin dormir, necesitas...

—No estoy cansada —aclaré, cortándolo.

   Unos pasos irregulares me dieron a entender que se movía de costado con su cojera, probablemente recargándose contra un árbol.

—¿Te has dado cuenta de lo poco que dormimos los inmortales? —preguntó con tranquilidad, sin esperanzas de que respondiera a ello—. En parte, se debe a que la mayoría de los monstruos al transformarse en su verdadero yo han de morir. Como tú, por ejemplo. Pocas horas de sueño, poca comida, aunque sí somos más salvajes en el sentido de la fornicación y...

Alianza Enemiga © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora