·Capítulo once·

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Capítulo once.

Narra Eryx Rune.


   Pestañeé con rapidez, sin poder creer lo que veían mis ojos. Mis manos se encontraban amarradas con una especie extrañas de lianas detrás de mi cuerpo, prohibiendome moverme de mi manera deseada. Pero no me hacía falta, no cuando desde mi posición podía verlo todo. No cuando con tan sólo colocarme de pie me arrancarían la garganta. Estaba repleto de monstruos, ya no solo se trataba del Traidor.

   Observé con atención la escena ante mí, el cómo quien parecía ser Cyrene Cyril, hermana de Calantha Cyril y tía de Aure, con la peor de las pintas, se arrodillaba ante su sobrina, la salvaba del veneno de rubí de una forma inexplicable y caía al suelo, sin vida. Observé a un Denker pelear con otro para ir en busca de ella, la mujer, quién decía que era su lazo. Lo ví todo. Cada segundo desde que me obligaron a arrodillarme ante este árbol y observar cada movimiento de este lado de la vida. Los monstruos.

—Calypso, mi hija... —susurró ella, recordándome que la niña existía.

¿Dónde estaba?

Si supiera que su madre, a quien ha necesitado tanto y probablemente ya ha olvidado, está viva... ¿Se uniría a este bando? ¿Dejaría de lado el reino, el castillo y cualquier cosa con tal de estar con ella?

Ni siquiera me hizo falta responderme a mí mismo porque sabía la respuesta.

   La escena que ocurrió luego me recordó el largo tiempo que había transcurrido desde que Aure fue la reina infame de Himmel. Había pasado mucho. Y había cambiado en el proceso. Evolucionó, y eso fue para bien. Porque la Aure que conocía jamás le hubiera importado lo que le pasara a los que la rodeaban, menos si tenía que ver con su familia. Pero esa era la Aure humana, la niña que tomó la corona. Ahora la veo y puedo ver...

Una reina.

Pero aún era mi enemiga.

   De alguna forma, Cyrene despertó, justo después de que Aure se aferrara a su mano con todas sus fuerzas. Sabía que eso no era pura casualidad. He vivido rodeado de mucha magia en los últimos meses y ya nada me parece obra del destino.

—Voy a quitarle las lianas —me informó Petra, acercándose a mí por detrás. Una patada llegó a mi espalda alta, golpeándome con fuerza entre los omóplatos y lanzándome de manera bruta al suelo—. Pero si llego a verte moverte tan solo un centímetro sin mi autorización, te arrancaré la cabeza de cuajo.

   Aunque la amenaza llegó a mis oídos y me hizo dar un leve escalofrío detrás de la nuca, con el rostro en la fría tierra nevada, decidí tomar las riendas de la conversación.

—He recibido amenazas peores últimamente —susurré. Sabía que me oiría.

   Su pie se enterró con más fuerza en mi espalda, haciendo crujir mis huesos por dentro. Solté un quejido adolorido.

—Todavía me debes una. Podría apuñalarte en cualquier momento —habló bajo—. O arrancarte un brazo para que veas lo que sentí.

—No es mi culpa defenderme.

   Las lianas dejaron de apretar mis muñecas. Su mano se aferró a mi cabello desde la parte posterior de mi cabeza, tirando del mismo para que volviera a colocarme de rodillas. Antes de que pudiera quejarme e insultarla de todas las formas que conocía, Petra ya no estaba a mi alrededor. Se había perdido en la oscuridad del bosque, el cuál ya no era tan oscuro. La leve luz de los rayos del sol comenzaba a dejarme ver mejor que hasta hace unas horas, donde todo era oscuridad pura y dura.

Alianza Enemiga © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora