·Capítulo dos·

49 2 6
                                    

Capítulo dos.

Narra Aure Cyril.


   Busqué dentro de mí, entrometiéndome en mi mente como solía hacer hasta hace tan solo un par de horas. Pero, tal y como pensé, después de probar al menos una centena de veces, el castillo no regresaba a la normalidad. Estaba oscuro, sin luz, sin nieve, muerto y vacío. El cofre había desaparecido de allí, formando parte de mí con éxito, utilizando mi magia sin necesidad de concentrarme demasiado. El trono estaba opaco, y de no ser por el largo lazo rojo y negro que sobresale de él hacia el techo del castillo, estaría vacío. Ese lazo no brillaba, ni siquiera una luz parpadeante que me indicara que estuviera vivo. Si yo no tenía alma, cualquiera cosa que sintiera por esa sala del trono moriría allí. Esa sala, ese trono, esos recuerdos y ese lazo.

   Elevé la mirada para ver a la persona que se acercaba a mí. Cuando Lanah apareció en mi punto de vista, volví a bajar la cabeza y cerrar los ojos para concentrarme. Dejé a mis dedos moverse libremente por encima de mi muslo, intentando manipular aquello a lo que las hadas están atadas según mis libros y mis clases de tutoría: la magia libre.

Jamás he oído mucho de ella además de que la poseen las hadas. Pero, si mis sensaciones al manipularla no fallan, no debo recargarme en ningún sitio como las Brujas del Sur o aquellos que poseen magia fauna o solar, como los Erret, por ejemplo. Tan solo utilizo mi fuente de poder interna, una a la que no le he descubierto el fin. Y tampoco le he descubierto un control.

   Oyendo claramente la ruidosa manera de tomar asiento de Lanah, dejé en paz mi magia -la cuál era inútil- y volví a entrometerme en mi cabeza para encontrar aquél indicador de mi poder. Debía estar por algún sitio, o al menos debería de sentirlo.

—Cyrene empeora —informó.

   No abrí los ojos ni me moví de mi posición.

—No me importó antes, mucho menos ahora —le recordé. Aunque nadie tenía idea.

   Sentí el cuerpo de Lanah acercarse al mío de manera inesperada, lo que me hizo abrir los ojos y observar de reojo.

—Sé que te preocupas por ella a pesar de todo. Es tu familia.

—Ahora tiene a su esposo para que la cuide, ¿verdad? Está vivito y coleando como cualquiera de nosotros. Si puede cuidar de él, puede cuidar de ella —coloqué sobre la mesa lo obvio.

   Lanah extendió su mano, intentando alcanzar una de las mías sobre mis piernas. Automáticamente, como si todo mi cuerpo reaccionara con anticipación al tacto, me coloqué de pie lo más rápido posible, alejándome. Lanah me imitó, frunciendo el ceño por la acción repentina.

—Necesitas ayuda, Aure.

   La observé de arriba a abajo con cautela, buscando algún tipo de arma a la vista o esperando que utilizara su extraña habilidad de Denker conmigo. Pero no permitiría que me tomara por sorpresa otra vez.

—No me digas lo que tú piensas que necesito. —Pestañeé con lentitud, sin quitarle los ojos de encima—. Mi tía es una golfa, tiene a dos hombres para que la cuiden en su lecho de muerte. Déjala morir, Lanah. Nos haría un gran favor de librarnos de cargar con ella.

   Dicho eso, volteé con lentitud, agudizando mi oído para saber si intentaba algún movimiento a mis espaldas. Caminé hacia el bosque oscuro, dejando de lado el pequeño campamento que habían organizado para descansar a tan solo unos kilómetros del risco por el que regresamos. No había visto a Eros, mi madre o a esa bestia alada desde que llegamos a este lugar. Engel y Arwen se ocuparon de la salud de Cyrene y llamó mi atención que Eros ni siquiera le dirigiera la palabra a su esposa. Myrrah, Ludlow y Lanah se encargaron de la protección del sitio, aunque no había mucho que proteger en este lugar. Los monstruos verdaderos habían quedado en el Bosque del Exilio. Aquí sólo había imitaciones baratas de ellos en cuerpos de humanos. Y no lo hacían nada bien.

Alianza Enemiga © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora