·Capítulo trece·

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Capítulo trece.

Narrador omnisciente.

||Dedicación: IssiFR reinaa||


   El hombre se llevó ambas manos a la cabeza, intentando callar la entrada de voces de todos aquellos que lo rodeaban. Su corazón le palpitaba en la nuca, y esa respiración tranquila podía oírla con eco dentro de su mismo cuerpo. Era lento, todo pasaba en cámara lenta, como si la voluntad de los Trece Dioses fuera torturarlo hasta el fin de los tiempos. Y ese bosque no estaba siendo el mejor de los cielos.

—Es una idiotez —acotó Calantha—. Si se hubieran apegado a los planes desde el comienzo, nada de esto estaría pasando.

—Es su trono el que quiere recuperar, su corona. Ya no tienes poder sobre ello o las decisiones de tu hija. No es una niña—interfirió Engel.

   Calantha rió de tal manera burlona que el Viejo Sabio tembló de rabia.

—¿Qué sabes tú de este tipo de cosas? Has vivido encerrado la mitad de tu vida en cuatro paredes de madera podrida y libros voladores como amigos. —El insulto de la vieja reina de Himmel hacía que los cabales del hombre se perdieran. Era insoportable—. Sobrevives a costa de otros y del chisme que sus vidas te promueven.

   Engel se enfrentó a Calantha, acercándose a ella sin temor a nada, sabiendo cómo podría acabar eso. Aunque el Viejo Sabio era bastantes cabezas más pequeño que la mujer, no había duda de que se parecían en coraje. Él ladeó la cabeza, con un suspiro de sonrisa en las comisuras de sus labios.

—Los rumores son una fuente de información confiable para cualquier ser que viva en el Bosque del Exilio. Y créeme, Calantha, cuando te digo que han hablado de dos reinas. Una amada, otra odiada. —Sus ojos cayeron por el rostro inexpresivo de la mujer y volvieron a su mirada—. Una de ellas colocó reglas que impedían a los monstruos desarrollar su magia, a niños nacer en peligro, a criaturas maravillosas como las hadas extinguirse. Y todo eso creó un mundo de odio a su alrededor. La reina odiada, la de la Era de Óbito —la describió perfectamente.

   Negó, intentando callar todo aquello que se decía de ella. Su esbelta figura se movió, cruzándose de brazos.

—Es imposible que algo que escuches de boca de algún...

—Ya hasta se encuentra plasmado tu legado, los hechos, en los libros del Bosque de Exilio.

—Y aparecieron allí de manera mágica —continuó su queja de manera sarcástica.

   Entre las patéticas discusiones de ambos, un sonido seco le indica a todos que algo cambió a su alrededor. En medio de la oscuridad, allí en el bosque, Petra vuelve a aparecer entre los árboles. Todas las cabezas giraron en su dirección y finalmente el silencio tomó las riendas de la conversación durante unos eternos segundos. Hasta que Eros Cyril lo rompió, colocándose de pie ruidosamente.

—¿Entraron? —preguntó él, interesado en una misión la cuál no apoyaba.

—Lo hicieron, pero esperé varios minutos en caso de problemas —contestó la rubia, completamente seca.

   Engel hizo un gesto de victoria con el brazo, festejando antes de lo que debería. Pero eso no fue suficiente para que Eros se relajara. Eso llamó la atención tanto de la preocupada Cyrene hasta la desinteresada Calantha.

Esto no puede estar pasando. Se negó él mismo.

   Meneó la cabeza con discreción y con lentitud hacia ambos lados, con un fuerte dolor asentado en su nuca. Parecían espadas afiladas perforando cada parte de su cerebro como si fuera un simple alfiletero. Arwen fue quien finalmente decidió acercarse por órdenes de Cyrene, quien aún se veía muy decidida por preocuparse por la salud y bienestar de su esposo, aún cuando secuestró a su hija.

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