·Capítulo diez·

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Capítulo diez.

Narra Aure Cyril.


   Abrí los ojos con lentitud, recuperando la audición y la consciencia en el proceso. Distinguía dos sombras frente a mí, discutiendo en voz alta con un libro entre manos.

—¡Pero debes romperlo para que haga efecto! ¿Cómo lo pondremos en el agua, entonces? —exclamó uno.

   El otro obedeció sin decir más, pero no pude descifrar qué era lo que traían entre manos. Lo único de lo que tenía consciencia es que la magia en mi sangre no me curaba como debería, por lo que el eclipse debería de seguir su curso. Me metí en mi cabeza, intentando acceder a mi magia, pero tampoco había nada. Con ello confirmé mi teoría y dejé de lado aquello, sabiendo que no sería algo mágico lo que me sacaría de este aprieto. Mis manos estaban atadas detrás de mi cuerpo con un grueso tipo de alambre. Sacudí las mismas en busca de romperlo, pero era totalmente imposible.

—Alambre —soltó uno de ellos, haciéndome elevar la cabeza y mirarlo a los ojos—. Para que no lo cortes con los dientes.

   Arrugué el entrecejo, confirmando también mi teoría.

Tenían experiencia en este tipo de cosas, lo que solo dejaba una opción viable. Eran cazadores de monstruos. Y bastante profesionales.

   Volteé, buscando algo que me ayudara a liberarme. Pero parecía ser una habitación abandonada, porque las paredes de madera se encontraban totalmente podridas, las telarañas se apropiaban de la decoración y no había ni siquiera una silla que demuestre lo contrario. Para mi suerte, la puerta se encontraba abierta, y el sitio estaba iluminado por la luz de ambas lunas unidas en una fusión. Miré a las traidoras fijamente, esperando que se separaran, pero esa opción jamás llegó.

—Te daremos una última oportunidad, ojos bonitos —dijo el cazador líder, un anciano—. Dinos dónde se encuentran los demás monstruos como tú. Hemos barrido esa parte del bosque y no hemos encontrado a tus cómplices.

—No sé de qué hablas —le repetí lo que había dicho antes de caer inconsciente.

   Él rió de manera tenebrosa tan natural que deduje que no era la primera ni la última que decía esas palabras en este lugar.

—Los monstruos están escapando de sus hábitat, y está más que claro que tú no viajas sola porque ya te habrían cazado —explicó el cazador novato.

—Y hemos visto a alguien más en el bosque.

—No sé de qué hablan —mantuve mi palabra.

   Aunque mis reflejos fueron rápidos y moví mi cabeza hacia un costado para evitar que la punta de su pie chocara contra mi rostro, no pude evitar que impactara en mi hombro. La fuerza fue tanta al estrellar mi cuerpo contra la madera del horripilante cobertizo que logró sonar mi hombro en una tétrica forma. Me mordí el labio inferior para evitar soltar un grito. Sabía que lo había dislocado, no era la primera vez que me pasaba, pero se sintió tan... distinto.

   La risa del cazador más joven resonó en mi cabeza, mientras el más anciano se colocaba de cuclillas ante mí, bajando la cabeza hasta el punto de mirarme fijamente de frente, saboreando mi dolor con cada parte de él, exactamente para lo que los humanos están hechos. Podía ver la tranquilidad que cruzaba sus rasgos. A diferencia de mí, él tenía más de una opción conmigo. Yo sólo podía esperar que los Trece Dioses se encontraran de mi lado y deshagan el eclipse lo antes posible.

No había notado lo inútil que me había vuelto sin mi magia.

Syren Overell me había enseñado lo básico para defenderme. La manera de tomar una daga, cómo empuñar correctamente un cuchillo, y le había tomado un pequeño gusto a la arquería cuando decidí que los siervos no podían siempre morir quietos en un sitio. Necesitaba que huyeran de mí, que se enteraran de que soy la razón por la que deberán huir el resto de sus vidas. Un error de uno los condenaba a todos.

Alianza Enemiga © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora