Capítulo 16: Aroma a mandarinas.

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Park Namwook caminaba por los escalones de la mansión en dirección a la habitación del alfa. Se tapaba la nariz con un pañuelo; el olor a las feromonas era demasiado fuerte, tanto que los empleados habían tenido que abandonar la mansión en los últimos tres meses.

— ¿Cómo está? — preguntó el alfa al asistente del azabache.

— Lamentablemente, sigue igual — dijo Jun Ho con pesar.

— Por Dios, ¿hasta cuándo será esta situación? Cuando venía camino hacia acá, me fue casi imposible llegar por causa de los reporteros y paparazis.

— Sí, por desgracia, en estos últimos días, no hay medio que no esté al pendiente del señor Joo y su compañía.

Namwook se frotó las sienes.

— Esta situación no puede seguir. A este paso, Jaekyung corre el riesgo de volverse un sigma.

— Los doctores del señor Joo llegaron esta tarde a la mansión, pero el señor se niega a tomar supresores y mucho menos feromonas sintéticas.

— No tengo idea de lo que está sufriendo mi sobrino, pues en mis años jamás vi a un alfa y un omega separados después de la marca.

— Es muy devastador ver al señor así — dijo afligido — si bien el señor no es el más risueño, ahora está peor que nunca.

— Y no es para menos, Jun Ho, son demasiadas cosas. Primero, el omega desapareció por tres meses; además, están enlazados, y como si esto fuera poco, la compañía sufre un quiebre. Estamos en bancarrota, lo único que ha mantenido la compañía a flote son las sucursales de Shanghái y Manhattan.

El asistente suspiró frustrado.

Después de que Dan desapareció, sucedió lo que era de esperarse. Jaekyung prácticamente se había vuelto loco, actuando como una bestia sin control por la ausencia de su omega. Constantemente se quejaba del dolor en su marca, y ni los mejores métodos podían calmarlo, porque simplemente no puedes ir en contra de la naturaleza.





















En una habitación oscura llena de feromonas agrias, estaba el alfa. Todo lo que llevaba era una bata de baño oscura y estaba hundido en uno de los sillones de su habitación.

Su mirada estaba perdida, sin brillo, sin vida. Había perdido peso, su cabello era un desastre y estaba cubierto de arañazos. Se había vuelto su propio enemigo, porque su cuerpo luchaba en vano contra sus instintos. La necesidad de aquello que había perdido lo atormentaba día y noche; apenas lograban sedarlo, y era más violento que nunca.

En toda Corea era noticia su deplorable estado. El presidente y dueño de las compañías inmobiliarias más grandes de Seúl, convertido en un desastre por haber perdido a su omega.

Y luego estaba ese sueño que lo atormentaba. No había noche en la que aquel sueño no llegara.

Se veía caminando en un amplio jardín, uno muy hermoso con bellas flores, y justo en el medio del jardín había un frondoso árbol de mandarinas. El árbol era lo más llamativo del lugar, y sus hojas eran verdes y hermosas. El mandarino aún estaba en flor, pero cuando sus pies descalzos caminaban hasta su sombra, al árbol le brotaban dos hermosas mandarinas. Su olor era tan exquisito que lo embriagaban. Se sentía atraído hacia ellas y no podía evitar tomarlas en sus manos. Pero cuando estaba a punto de tenerlas, el árbol se marchitaba y de las mandarinas comenzaba a brotar sangre. Era horrible, el jardín se consumía y en su lugar solo aparecía una tierra árida y desierta. Por más que intentara salvar las mandarinas o al árbol, le era imposible.

Siempre despertaba y no lograba conciliar el sueño nuevamente. Se estaba volviendo loco, estaba desesperado, lo más cercano a un animal. Y la marca se había vuelto su verdugo, el dolor en ella era insoportable, su instinto le rogaba a gritos que buscara a su omega, pero tal parecía que Kim Dan había desaparecido de la faz de la tierra. Y las veces que lo buscó en las clínicas o en las casas de los Lee, le fue imposible llegar. Al menos lo intentó, mientras su cordura se lo permitió.

Pequeñas Dosis/ Jinx Donde viven las historias. Descúbrelo ahora