Capítulo X

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Dios silbaba mientras limpiaba su taller. Estaba insualmente feliz, y no era para menos.

Encontró un nuevo pasatiempo para entretener su aburrida y monótona existencia. Hacer figuras de su nieta Charlie. Al Dios jamás conocerla en persona o saber la apariencia de la joven, tenía un amplio margen para imaginar como sería la joven, y con tantas opciones posibles, mantuvo todo su tiempo concentrado en la elaboración de estatuillas.

Charlie podía estar compuesta por tantas combinaciones de rasgos, que tenia que hacerlos todos.

Cabello largo o corto. Castaño o rubio, quizás plateado, con rizos o bucles, tal vez liso. Tantos tonos de piel, tal vez con pecas o vitiligo, y los diferentes cuerpos existentes. Con ojos de oveja o afilados como águila, y tal vez con una sonrisa radiante o tímida. Con mejillas coloradas, y múltiples colores de ojos posibles.

Debe hacerlas todas. Y eso hizo, unas doscientas figuras de como podría ser su nieta.

Al terminar de limpiar, tomó rumbo a su escritorio listo para hacer la figura 201, pero notó como la porcelana ya se había terminado. Resopló y caminó hacia un armario donde guardaba los materiales. Abrió sus puertas y tomo lo que buscaba, pero una cosa en su interior le llamó la atención.

Una caja roja con estampado de patos. Una sonrisa se formó en su rostro al volver a verla.

Dejó los materiales y tomo con mucho cuidado la caja en sus pálidas manos. Se sentó en el suelo y la abrió, viendo el contenido en su interior.

Las pertenencias de la infancia de su pequeña estrella.

Desde dibujos mal coloreados, sus primeros dientes y plumas caídos, algunas creaciones de arcilla para niños, su primer par de zapatos de ballet, uno que otro juguete viejo, los "planos" de algunas posibles ideas para agregar al Eden, y flores secas que a Samael le gustaban en ese entonces.

Sintió como lágrimas se formaban en su rostro al ver todos esos objetos. Le traían tantos recuerdos... no tenía el corazón para deshacerse de todo esto cuando su niño fue desterrado. Sería un crimen incluso pensar en eso.

Tomó los zapatitos de ballet como si fueran a romperse si los apretara muy fuerte y se los llevó al pecho. Muchos recuerdos empezaron a llegar a su mente, pero uno de ellos era el más valioso.

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- ¡Papá!¡Mira mi nuevo baile!¡Lo hice inspirado en esa ave que creaste ayer!.

Dios dejó la estatuilla del animal que estaba haciendo y centro su atención en su pequeño, que poseía sus zapatos de ballet, empezando a bailar. Ambos estaban en el estudio, y su niño vino a mostrarle su propia creación.

El pequeño arcángel empezó a moverse con gracia y elegancia, moviendo sus brazos y piernas dando giros y vueltas como el ave de cuello largo de la que se inspiró. Una sonrisa estaba en el rostro del joven, adornada por sus mejillas rojas.

Dios se río alegre y aplaudió el show. Amaba ver a su estrellita bailar, ya que siempre lograba sorprenderlo.

- Maravilloso como siempre mi niño!¡Eres un bailarín sorprendente! -Los halagos de Dios hicieron que el niño sonriera.

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