Prólogo.

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Ella era como el hielo, uno muy difícil de desmoronar, pero al salir el sol inició a derretirse. Las gruesas gotas recorrieron sus mejillas, su frialdad interna decayó y, la única forma en que logré hacer cesar sus lágrimas, fue prometiéndole que todo estaría bien. Le aseguré que mi salud pronto mejoraría y viviríamos el cuento que ella siempre deseó.

Construiríamos nuestro propio castillo en miniatura, cabalgaríamos hasta el amanecer. Yo sería su príncipe, escalaría hasta su balcón. Ella sería la hermosa doncella de la cual aún no me creía merecedor.

Le iba a proponer matrimonio.

Planeábamos formar una familia.

La defraudé.

Con amor, KennethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora