Uno

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 —Está bien Ana, por aquí.

—Abigail —la corrijo—. Abby.

La morena gafapasta me mira con expresión de «lo siento mucho», pero parece no importarle demasiado.

—Abby —rectifica con una estudiada sonrisa—. Voy a presentarte a la que será... o es, tu jefa.

Mi estómago se pone del revés al escuchar esa palabra. Nunca he tenido una jefa. Bueno sí, la ha tenido. Y jefes. Pero me refiero a una tan importante como la dueña de una de las mejores empresas de publicidad, Neo One. La morena, me ha explicado que es la secretaria, y me va hablando de las diferentes secciones. Señala con el dedo los departamentos según vamos pasando, y me va explicando las características de cada uno de ellos. Yo no le estoy prestando atención. Estoy embobada en sus caderas, que se contonean de manera perfecta. Tiene un paso firme sobre esos tacones. Y por mi mente solo pasan frases como: «¿Cómo he conseguido entrar en una empresa como esta?» Creo que se confundieron con mi currículum. Tiene que ser eso. Me han contratado por error. Ellos querían contratar a Abigail Pérez, no a Abigail Pearson. ¿Cómo voy a estar yo, precisamente yo, capacitada para un puesto de este nivel?

Neo One es la empresa de publicidad con la que quieren contar todas las marcas. Y las que no quieren, al final Neo las seduce y acaban cayendo en sus redes. Son los número uno. Y no contratan a cualquiera para su equipo. Por eso no me termina de encajar que yo esté aquí hoy. Mi entrevista de trabajo fue un maldito desastre. La chica de recursos humanos me llamó un jueves, yo estaba en el gimnasio. Me dijo que si quería ir a la entrevista tenía que ser sí o sí esa misma tarde, en una media hora. Tuve el tiempo justo para perfumarme en el vestuario, hacerme una cola de caballo y salir corriendo. Llegué echa un cristo. Sudorosa, fatigada, sin maquillar, y con una sudadera en la que podía leerse: «No tengo el chichi pa' farolillos». Nada acorde para el puesto al que optaba. Salí de allí pensando que había sido la peor entrevista de mi vida. La chica me miraba todo el rato con una cara digna de foto. Me hacía las preguntas rápido, deseando que me fuera de allí. Quizá me cantaba un poco el sobaco.

Pero aquí estoy.

Parece que no lo hice tan mal.

Igual destaqué por mi personalidad.

O es probable que fuera la única candidata al puesto de trabajo, cosa que me extraña.

Todos y cada uno de los despachos destaca por sus grandes cristaleras, que invitan a quedarte durante horas. Mis ojos siguen centrados en la secretaria. No pueden apartarse de esa melena ondulada y castaña que baila de un lado a otro. Es hipnótica. Mi cuerpo está rígido, ya me puede decir todo lo que quiera que no me importa lo más mínimo. Solo quiero llegar al destino y sentarme delante de la jefa de una vez por todas.

¿Es que estos pasillos son infinitos o qué?

En mi cabeza todo va a ser como en las películas. Voy a llegar al despacho, ella estará sentada de espaldas en un gran sillón de cuero, se girará a mi encuentro con el rostro serio y, tras cinco minutos de incómodo silencio (para hacerse la interesante), me mirará fingiendo que le importa mi presencia.

Seguro que va a ser así; tenso, incómodo, doloroso.

—Esta es la sala de descanso —La morena gira sobre sus tacones para mirarme—. Te vendrá bien en los ratos libres. La máquina expendedora te salvará de muchas. Prueba la barrita de chocolate blanco, es orgásmica. Aunque casi siempre están agotadas.

Seguimos caminando por el eterno pasillo. Me cuenta que el ambiente de trabajo es bueno y que están muy unidos, que suelen hacer comidas y alguna que otra escapada. Que la empresa tiene su propia fiesta a la que acuden famosos de todas las categorías; presentadoras, actrices, tenistas, modelos... Me concentro en escucharla, ya que va hablando mientras me da la espalda y a penas la oígo. Pero escucho que dice: «la jefa solo quiere contar con los mejores».

Addison Lane (Mejora del libro original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora