Tres

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Mi jornada laboral termina a las cuatro de la tarde. Pero son las cinco y sigo en mi despacho. Le estoy empezando a coger asco, parece que las paredes encogen según pasan los minutos. La lista que Addison me ha dado no tiene fin. Se me está haciendo insufrible. Pero ya casi lo tengo. Un retoque por allí, un texto por allá, y podré cerrar el ordenador y echar a correr a casa.

El ding del grupo de wassap suena.


Rose:

¿Salimos a tomar algo, chicas?

Abby:

Sí, por favor.

Llevo todo el puto día en la oficina, se me está haciendo larguísimo.


Las luces de los despachos contiguos hace tiempo que se han apagado. Solo queda una al fondo y la mía. El silencio es absoluto. De vez en cuando se escucha toser al compañero. La idea de que esto sea una broma de novata no me está pareciendo tan alocada. Tecleo en el ordenador a toda prisa. La luz del pasillo está empezando a parpadear y no da buen rollo. Tacho varias cosas de la lista y sonrío al ver que, por fin, he terminado. O eso pensaba. Al darle la vuelta al papel, aparecen más cosas apuntadas. Busco los documentos en el odenador. Me lleva cosa de cinco minutos dar con ellos. La anterior chica lo tiene todo fatal organizado. Me concentro en redactar el artículo lo mejor posible, aunque a estas horas y después de todo el día, mi cabeza ya no rinde bien. Cuando estoy buscando la mejor foto para insertar, una silueta junto a la puerta capta mi atención.

Alzo la mirada.

Es Addison.

—¿Aún está aquí?

La sangre comienza a hervir dentro de mi cuerpo. ¿Me está vacilando? Ha sido ella la que me ha dado un montón de cosas para hacer en tiempo récord. Es ella la que se ha asegurado de remarcar que si pone una fecha, hay que entregarlo sí o sí. Echar horas extra no entraba en mis planes hoy. Mis planes eran salir corriendo del curro e irme al Ambrosía a tomarme una cerveza con mis amigas. La odio más que nunca en este momento por tirármelos por tierra. Me dan igual su pelo perfecto, sus labios gruesos, sus ojos azules. Por mí, ella, con sus tacones de aguja y sus conjuntos de lujo, se pueden ir a la mierda.

—Era imposible terminar todo lo que me ha dado en el tiempo establecido. —Me quejo sin mirarla, sin levantar los dedos del teclado.

Ella entra, haciendo sonar los tacones.

—¿Qué le queda?

—¿La anterior chica no hacía nada?

—Por eso está donde tiene que estar. ¿Qué le queda?

—Dos cosas —le indico lo que falta, señalando el folio.

—Le doy permiso para que se vaya.

La miro extrañada.

¿Es una trampa?

Me está poniendo a prueba.

Si me levanto, agarro mis cosas y me voy, supendo.

¡Me está valorando!

Eso es.

—No, ya que estoy, voy a terminar —digo.

—¿Está segura? —se cruza de brazos y arquea su ceja, perfectamente depilada.

¿Cuál es la respuesta correcta? ¿Tengo que seguir firme a mi idea de quedarme? ¿Es mejor que le diga que me voy a descansar para rendir mejor mañana y hacer mejores artículos?

Addison Lane (Mejora del libro original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora