Nueve

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Darle el artículo de los dildos a Abigail fue de lo más divertido. Me pareció súper gracioso verla pegar los penes de goma en mi mesa. Sé que va a hacer un trabajo de sobresaliente y, para qué vamos a engañarnos, quería ponerla roja como un tomate, porque así está más guapa. Llevo toda la mañana con media sonrisa en los labios, pensando en que ahora mismo, estará estudiando esos falos horribles. Ya he escuchado a varios empleados cuchichear sobre ella. Sobre que estaba agachada en el suelo, examinando todas y cada una de las partes. No me arrepiento ni un instante de haberla elegido. Por mi mente pasan todas las veces que he estado a punto de sacarle el tema de conversación que tenemos pendiente. Sé que lo está deseando. Me lo está demostrando en cada acercamiento, en la forma en la que me mira. No hablar de ello probablemente la esté matando. Pero siento que no estoy preparada para reconocer que aquel día, salí de casa a pasarlo bien a espaldas de mi marido. Que lo di todo bebiendo. No estoy preparada a reconocer que me lo pasé como hacía tiempo que no me lo pasaba y, sobre todo que, en ese baño, tuve uno de los mejores orgasmos de mi vida.

No.

No estoy preparada para hablar en voz alta de aquello que hicimos.

Porque Addison Lane no hace esas cosas.

Hola cariño —la voz irritante de mi marido, me saca de mi hilo de pensamiento—. ¿Qué tal la mañana?

Hola.

Le da la vuelta a la mesa y me planta un beso en los labios.

Va bien —le digo—. Estoy terminando de concretar unas cosas.

Tenemos hoy la reunión con el empresario, ¿verdad?

Asiento, sin mirarle.

He querido venir con tiempo para no llegar después que él.

Confío en tus habilidades comunicativas —le digo con voz firme.

Daniel arquea las cejas, sintiéndose ofendido.

¿Por qué dudar? Sabes que lo tengo en el bolsillo.

Me agarra de la mano, tira de ella y hace que me levante del sillón. Le regalo una sonrisa apagada que ni me esfuerzo por camuflar. Daniel me besa pero le hago hacia atrás, poniéndole una mano en el pecho. Recuerdo cuando no era tan fría con él. Cuando llegaba de visita a mi despacho y las pupilas se me hacían grandes. Los ojos llenos de brillo. Él me envolvía con sus brazos, nos dábamos un cálido y fogoso beso sin importar el lugar. Hablábamos durante horas sobre nuestros proyectos, de cómo estábamos afrontando la mañana. Me desahogaba con él y me hacía sentir bien. ¿Dónde han quedado esas sensaciones? ¿Por qué ahora, que me de un simple beso me produce tanto rechazo?

La relación está cambiando.

Yo estoy cambiando.

Y el único que no se da cuenta, es él.

Tengo que seguir con esto —digo, señalando la pantalla y retrocediendo un paso—. Nos vemos luego.

Está bien. —Suspira, decepcionado—. ¿No quieres salir a tomar algo ahora?

Le miro de reojo y me siento pausadamente en mi sillón de cuero.

No.

Cuando la puerta del despacho se cierra, escondo la cara entre mis manos. No me gusta verme así. No me gusta estar engañándole. Cada vez que veo su cara angelical, se me cae el mundo. Daniel es demasiado bueno. El hombre perfecto. Por eso me casé con él. Tiene todo lo que siempre quise. Le faltan horas en el día para decirme lo que me quiere, lo bien que está conmigo. Para recordarme que soy la mujer más bonita del mundo. Siempre tan atento, tan servicial, tan amable. Es un hombre detallista. De vez en cuando me prepara alguna sorpresa al llegar a casa. Algo simple, pero de agradecer. Un ramo de flores frescas, un perfume que le ha gustado, una cena deliciosa. Si todo es siempre tan... impecable, ¿por qué he llegado hasta donde he llegado? ¿Por qué ese amor y ese afecto ya casi no existe por mi parte?

Addison Lane (Mejora del libro original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora