Ocho

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 —Tía, pues déjame uno.

Es lo primero que dice Rose al enterarse de que tengo una caja llena de consoladores en mi despacho.

—No puedo, solo son para inspirarme mientras escribo.

—¿Y cómo te inspiras exactamente? —pregunta Elena antes de soltar una carcajada.

—Idiota.

—A ver, eso hay que probarlo —admite Rose—. ¿Cómo vas a contar al cliente cual es el mejor? Tienes que hacer una sesión, y probar.

—¡Que no voy a probar los dildos! —digo muerta de vergüenza. ¿En qué momento he sacado la conversación? Con estas dos hijas de satanás es imposible hablar en serio.

El Ambrosía está lleno esta tarde. Aún así, la camarera nos ha atendido antes que a todos. Incluso nos ha invitado a las primeras cervezas. Las bebemos con algo de picar mientras pongo al día a mis amigas de la movida en la empresa.

Elena agarra una patata, la lanza al aire y la atrapa con la boca.

—Lo único que quiero es hacer el artículo perfecto, tengo una semana.

—¡Qué semana te espera! —Rose arquea las cejas y se lleva el botellín de cerveza a la boca—. Una semana divertida.

—Pues mi semana está siendo una mierda —confiesa Elena—. El viernes tenemos que salir de fiesta.

—Amén, hermana —Rose le pone el puño y Elena lo choca.

Dejo volar mi mente mientras ellas debaten sobre qué se van a poner para salir, y sobre todos los vetidos que tienen en el armario sin estrenar. El dildo bailando sobre la mesa de Addison, no sale de mi cabeza. Sin duda, una imagen que estará ahí durante mucho tiempo. Necesito armarme de valor de una vez por todas, y sacarle el tema de conversación. Quizá ya no sea necesario. Han pasado tres días desde que empecé a trabajar, y cinco desde nuestro encuentro en el aseo. Igual deberíamos dejarlo enterrado y no remover el pasado. Pero necesito quitarme la espina. Y esta tensión que estamos creando me está matando. Las miradas, las frases, esa manera de acercarse a mí. En cuanto acabe el dichoso artículo, hablamos, me digo agarrando con fuerza el botellín de cerveza.

—¿Y Vanesa... te ha preguntado por nosotras? —pregunta Rose, sin apenas mirarme.

—No.

Hace una mueca de pena con la boca y bebe.

—Me ha dicho que le habéis caído muy bien. Cosa que me soprende.

Me miran ofendidas.

—Perdona, pero somos dos seres de luz —se defiende Elena.

—Sois dos arpías, hijas de satanás. Pero parece que le va ese rollo.

—Por favor, invítala otro día —dice Rose, casi para sus adrentros. Es la primera vez en mi vida que la veo tan tímida hablándome de alguien.

—¿Qué te pasa a ti? —arqueo las cejas y me incorporo en la mesa, con media sonrisa en la boca. Es entre gracioso y extraño que mi amiga se comporte de esta manera—. ¿Tanto te gusta?

Rose se encoge de hombros y bebe cerveza.

—Me cayó bien, nada más.

—Sí, claro —Elena se echa a reír.

Sonrío de lado y niego con la cabeza.

—Nadie —las señalo a las dos con el dedo—. Ninguna de las dos, se va a acostar con mi compañera de trabajo.

—¿Por qué? —Rose me mira con rostro serio.

—¡Es mi compañera! No quiero malos rollos después.

Addison Lane (Mejora del libro original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora